En el rock, tener bonita voz no es requerimiento indispensable. De hecho, en muchos casos resulta exactamente lo contrario. Voces “feas” se han convertido en las más distintivas del género. Ahí están las de Bob Dylan, John Lennon, Janis Joplin, Tom Waits, Leonard Cohen, Iggy Pop, Thom Yorke y un larguísimo etcétera (para no hablar de México: de Alex Lora a Saúl Hernández y de Rocko a Rubén Albarrán, las voces horrendas abundan por estos lares). Eso para no hablar de tantos vocalistas de heavy metal que alcanzan agudos rompevidrios, pero cuyos timbres chirriantes no podrían considerarse precisamente como hermosos.
Quizá por eso de pronto habría que resaltar aquellas voces tersas, melódicas, aterciopeladas, capaces de transmitir eso tan subjetivo pero tan conmovedor que es la belleza.
Greg Lake era dueño de una de esas gargantas privilegiadas que sabían modular, matizar, cantar sin perder la melodía, sin fallar en la armonía, sin desafinar o molestar al oído más exigente.
La triste noticia es que este cantante (y guitarrista y bajista y compositor) excelso acaba de fallecer (un cáncer se lo llevó el miércoles pasado), cuando apenas tenía 69 años de edad. Quiso el destino que muriera el mismo año en que también se fue Keith Emerson, su compañero de tantas batallas con uno de los grupos más importantes del rock progresivo de todos los tiempos: Emerson, Lake and Palmer (Carl Palmer, baterista virtuoso, por fortuna continúa sano y activo).
En lo personal, me duele esta muerte porque la música de EL&P me acompañó desde la adolescencia y la voz de Lake (quien formara parte asimismo del primer King Crimson) perdura en mi memoria al interpretar maravillas como “Lucky Man”, “From the Beginning”, “A Time and a Place”, “C’est la Vie”, “Take a Pebble”, “Nobody Loves You Like I Do”, “Watching Over You” o “Show Me the Way to Go Home”, entre muchas otras.
Demasiados veteranos se han ido ya este 2016. Es la ley de la vida, pero igual duele.
(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)
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