Más sólido y conciso pero también más oscuro, denso y ominoso que su predecesor, The Man Who Sold the World (1980) es el primer disco de Bowie en el que participó plenamente el hoy legendario guitarrista Mick Ronson. También es la primera colaboración entre el músico y quien sería su productor de cabecera durante varios años, Tony Visconti.
Se trata de un giro total con respecto a Space Oddity. Lo que en éste era luminosidad y cierto encanto sesentero que mucho debía a que la mayor parte de sus canciones fueron compuestas en pleno 1967, en el segundo opus se había transformado en una visión mucho más ácida, pesimista, sardónica.
Con un tono pesado y un sonido protometalero, este Hombre que vendió al mundo refleja a un David Bowie más cínico y descreído. En ese sentido, las instrumentaciones, la producción en sí y las letras de los temas muestran la intención desencantada del disco. La voz de Bowie más de una vez suena distorsionada, alejada, deliberadamente afectada.
The Man Who Sold the World es también un álbum pionero del glam rock (junto con los de T. Rex) y al respecto, cortes como “All the Madmen”. “After All”, “Saviour Machine” y la escalofriante “She Shook me Cold” no dejan lugar a dudas. Sin embargo, son dos los temas estelares: la inicial “The Width of a Circle” (prácticamente una suite de poco más de ocho minutos) y la extraordinaria canción que da título al disco y que Nirvana se encargaría de revivir veintitantos años después.
(Reseña que escribí para el Especial No. 10 de La Mosca en la Pared, publicado en abril de 2004)
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