Uno de los primeros libros que leí en mi vida fue el de Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain (otros fueron, no necesariamente en ese orden, Corazón (diario de un niño) de Edmundo D'Amicis, El Bismarck de Will Berthold, El maravilloso viaje de Nils Holgersson de Selma Lagerlöf, Mujercitas de Louisa M. Alcott, Ben Hur de Lewis Wallace y Los cazadores de microbios de Paul De Kruiff).
Debo haber tenido once o doce años cuando lo leí (al igual que a los otros). Se trataba de una versión condensada, de Editorial Novaro, que aún conservo, pero que me introdujo al mundo exótico y fascinante del sur profundo estadounidense (aunque en esa época yo desconocía prácticamente el blues, surgido precisamente en esas zonas del delta del río Mississippi).
Gracias a la amabilidad de Lluisa Matarrodona, jefa de prensa de la editorial Sexto Piso, hace algunos meses llegó a mis manos una preciosa edición ilustrada y perfectamente encuadernada (es una preciosidad de libro) de la novela de Twain (completa, ya no condensada) y esta semana me mandó una edición igualmente hermosa de Las aventuras de Huckleberry Finn, del mismo autor y que nunca he leído (a pesar de que trengo una antigua edición de Bruguera).
Quiero releer la primera y leer la segunda. Será una de mis tareas en el 2017. Tarea más que grata. Leer me hace feliz.
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