Estructuralmente portentosa, narrativamente entretenidísima, intertextualmente más que interesante, escrituralmente con algunas deficiencias, Los detectives salvajes me pareció en resumen una gran novela.
Mucho tiempo hace que la tenía como una de mis lecturas pendientes. Se hablaba tan bien de ella que sentía una especia de escepticismo, ese escepticismo que me sobreviene cada vez que todo el mundo tiene una opinión uniforme acerca de algo. Así que le entré dudoso, pero muy pronto me atrapó.
En principio, me gustó mucho la manera como Roberto Bolaño estructuró la historia. Con esas primera y tercera parte más o menos breves y esa segunda parte que constituye el núcleo de la narración, con una larga serie de testimonios multinacionales acerca de sus dos personajes centrales: los poetas vanguardistas Arturo Belano y Ulises Lima (se dice que representan al propio Bolaño y a Mario Santiago Papasquiaro, respectivamente). Aunque quizás el personaje por antonomasia sea la poetisa Cesárea Tinajero.
A pesar de ser una novela larga (cercana a las 600 páginas), la narración resulta en general amena y hasta divertida, con pocos momentos de tedio. Hay decenas (¿o cientos?) de anécdotas y muchos personajes secundarios que se vuelven entrañables (Garcia Madero que es narrador en la primera y la tercera parte, Lupe, Angélica y María (¿Angélica María?) Font, Joaquín Font, Amadeo Salvatierra, Piel Divina...).
La intertextualidad es vasta, con muchísimas referencias reales o disfrazadas, lo cual constituye otra parte entretenida del libro.
Sólo encuentro algunos peros en la cuestión de la escritura. Hay frases parentéticas que no se cierran, un uso ligeramente fallido del habla chilanga de los años setenta y la aparición repentina de horrores de mala conjugación del verbo haber (como “han habido” o “en mis dedos habían restos de telarañas”) o cosas como “así transcurrió la primera y la segunda semana”.
Con todo y a final de cuentas, una novela entrañable.
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