Todo
comenzó cuando mucha gente no se decidía por cuál prospecto votar. El lugar
común en las conversaciones era decir: “pues, yo voy a votar por el menos
malo”. De esa manera, cada quién empezó a tener a su menos peor.
Luego
surgió el peculiar movimiento estudiantil que hoy conocemos como #Yo soy 132,
cuya principal razón de ser fue la de oponerse al candidato del PRI, Enrique
Peña Nieto. Sus marchas, sus consignas, sus declaraciones han sido desde
entonces en contra de EPN y no a favor de otro, aunque en el fondo todos
sabemos que, para fines prácticos, apoyan a Andrés Manuel López Obrador. Sin
embargo, navegan con la contradictoria bandera de apartidistas… y antipeñanietistas.
Pero del
otro lado del espectro político también se votó en contra. Muchos electores le
dieron un no rotundo a la actual administración y se negaron a votar por la
aspirante del PAN, Josefina Vázquez Mota, en tanto que varios millones se aterrorizaron
con la posibilidad de que AMLO pudiese ganar las elecciones y más que por el
deseo de ver ganar a cualquiera de los otros tres candidatos, votaron por ellos
o anularon su papeleta, con tal de que Andrés Manuel no llegara a la
presidencia.
Más ejemplos
de esta visión en negativo: para deslegitimar el triunfo de Peña Nieto, algunos
argumentan que el 62 por ciento de los electores no votó por él. Cierto. Pero
con esa misma lógica, 68 por ciento no votó por López Obrador y 75 por ciento
no lo hizo por Vázquez Mota (para no hablar de que 98 por ciento no quiso a
Gabriel Quadri).
Quizá
deberíamos preocuparnos por el hecho de que, salvo el voto duro, gran parte de
los mexicanos no sufragamos a favor de alguien sino en contra de otro. Los
partidos tendrían que escoger a mejores candidatos para cambiar esa tendencia
en las próximas elecciones. Si es que los tienen.
*Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario.
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