Terminé de ver la primera temporada de Narcos, la serie estadounidense de Netflix sobre el narcoterrorista colombiano Juan Pablo Escobar. Quizá si no hubiera visto antes, completos, los setenta y tantos capítulos de la serie colombiana El patrón del mal, acerca del mismo personaje, Narcos me hubiera parecido muy buena e ilustrativa. Porque está bien hecha, tiene una gran producción, muy buenos actores, pero... no le llega a lo que se hizo en Colombia con mucho menos recursos pero mucho más corazón, más idea, más autenticidad e incluso más calidad artística.
Tan sólo si comparamos a los actores que en cada una de las series interpretan a Pablo Escobar, no hay modo de equipararlos. En El patrón del mal, el actor colombiano Andrés Parra hace una interpretación estupenda, con un parecido físico asombroso no sólo en cuerpo y rostro, sino incluso en la voz que es idéntica a las del narcotraficante real. En cambio, en Narcos, la producción se fue por un actor ¡brasileño! (Wagner Moura), cuyo acento portuñol molesta todo el tiempo y cuyo parecido físico es apenas aproximado.
No se diga del cuadro de actores en general (mucho más realista y creíble el elenco del programa colombiano: basta con ver a las actrices que en cada caso interpretaron a la mamá y la esposa de Escobar Gaviria: las de El patrón del mal barren a las de Narcos y ya no digamos a los actores que hicieron de sicarios), las ambientaciones (aunque fueron filmadas muchas veces en los mismos escenarios, en El patrón del mal se siente mucho más el ambiente de las barriadas de Medellín y Bogotá), la forma de hablar de los personajes (con ese caló y ese acento tan característicos), el apego a la historia real y el detenimiento o la falta del mismo con que están hechas ambas: no es lo mismo contar la vida de Escobar en diez capítulos (caso Narcos) que en siete veces más (El patrón del mal).
Para acabarla, Narcos está narrada bajo la perspectiva de un personaje gringo que trabaja para la DEA y como no se trata de un personaje logrado y mucho menos empático, uno termina por rechazarlo. Nada que ver con la contradictoria simpatía del Pablo logrado por Andrés Parra: una obra maestra de la actuación.
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