Cuando en mayo de 2007 escribí en esta misma columna mi texto “Narcoapocalipsis”, comenté que me parecía un despropósito del gobierno de Felipe Calderón iniciar lo que hoy conocemos como la guerra contra las drogas y que, como anotó el miércoles pasado Héctor Aguilar Camín en su columna “Día con día”, es un combate “que seguimos librando en nuestro país con resultados desastrosos en beneficio de nadie”. A ocho años y medio de aquel escrito mío, sigo pensando exactamente lo mismo y suscribo lo que dice mi admirado Héctor.
No soy un consumidor de drogas, jamás me dio por ese lado, como tampoco por el del tabaco y, del alcohol, sólo me tomo alguna copa de vino o una cerveza de vez en cuando. Sin embargo, conozco a muchísima gente que le entra con singular alegría a alguna de esas tres instancias, si no es que a las tres. Pero respeto que lo hagan, si con ello no afectan a terceros. Es su cuerpo, su organismo, su vida y cada quién tiene el derecho de hacer de ello lo que le plazca.
No soy tan ingenuo como para pensar que la prohibición que pesa sobre las drogas va a terminar tan fácilmente, por más razonable que sería su legalización, su regulación y su control abierto. Sé que hay miles de millones de dólares en juego y que existen intereses poderosísimos a los que conviene esa prohibición. No obstante, cualquier paso que se dé para paliar las cosas, por pequeño que sea, debe ser bienvenido.
Por eso me parece muy sana la propuesta del ministro de la Suprema Corte Arturo Zaldívar para que se despenalice el uso de la marihuana con fines recreativos, así como las iniciativas del gobierno del DF para su posible empleo como medicamento. Son pasos pequeños pero a la vez gigantescos, dada la situación que vivimos desde 2007.
“Mari…marihuana” cantaba el grupo mexicano Peace and Love durante su actuación en el Festival de Avándaro, en 1971, época en que la palabra marihuano era sinónimo de lo peor. Mucho ha cambiado la percepción del asunto en los cuarenta y tantos años que han transcurrido desde entonces. Creo que es el momento oportuno y necesario para acabar con la satanización de la yerba.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
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