Terminé esta novelita de André Maurois, escrita en 1945, una incursión del autor francés en los terrenos de la ficción científica (como le decía Borges a lo que habitualmente se denomina ciencia ficción). Se trata de una especie de divertimento muy ameno y entretenido, escrito con una ligereza y una elegancia muy agradecibles.
La historia de un profesor galo que en los años veinte del siglo pasado es invitado a trabajar durante un año en una universidad estadounidense, a donde se traslada con su esposa para dar un curso sobre la obra de Balzac. En el campus de aquella idílica y pacífica universidad se relaciona con varios singulares personajes, uno de los cuales es un maestro inglés de física que ha inventado una pequeña máquina capaz de leer los pensamientos de las personas y grabarlos para ser transcritos.
Más que la cuestión del invento en sí, que revela los a veces inconfesables detalles de nuestros secretos pensamientos, lo más interesante del relato es la manera como revela y critica, de manera suavemente irónica, la personalidad de diversos personajes y los ambientes universitarios de hace casi un siglo. No contaré aquí lo que sucede a lo largo de las ciento treinta y tantas páginas del libro (editado por Plaza y Janes en 1985), para no echar a perder una posible lectura de otras personas. Sólo diré que es un volumen que si bien podría parecer poco trascendente dentro de la obra toda de Maurois (cuya novela más importante, me parece, es Bernard Quesnay), posee mucho de valioso y entretenido.
En lo personal, la recomiendo.
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