Sólo el PRI puede competirle a Chabelo en aquello de la longevidad. El personaje de Xavier López ha sido presencia omnímoda a lo largo de medio siglo. Es una institución con más credibilidad y firmeza que el Senado, la Cámara de Diputados, el INE y la Femexfut. Es nuestro Dorian Gray, ese hombre que jamás envejece, mientras los demás nacemos, crecemos, maduramos y nos vamos. ¿Buena o mala influencia para la niñez? ¡Qué importa! Lo real es que hemos tenido Chabelo durante cinco décadas y ya forma parte de la historia no sólo de los espectáculos, sino de la cultura, la idiosincrasia y hasta la política del país.
Ahora que el niñote dejará de hacer su eterno programa dominical y mañanero En familia (quién diga que nunca lo ha visto es porque jamás tuvo televisor), me gustaría rememorar a mi propio Chabelo, un Chabelo anterior a dicho programa, un Chabelo subterráneo y más antiguo, el Chabelo que aún no inventaba el verbo catafixiar (¿qué espera la RAE para incluirlo en su mamotreto?), el Chabelo de la tele en blanco y negro, el Chabelo del canal 5 a mediados de los años sesenta.
Ese fue el Chabelo que me tocó en la niñez, el de mi generación, la primera generación de hijos del Canal 5. El de los martes y los jueves a las cinco y media de la tarde. El de las secciones “La conciencia y yo” y “Lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer”, tan llenas de moralina ultraconservadora como delirantemente divertidas (sobre todo los sketches de “lo que no se deba hacer”), al lado de Genaro y Rogelio Moreno, El Pecas, Chayito y el tío Gamboín (que aún no era el personaje equívoco y orwelliano en el cual se convertiría más tarde y quien cada fin de año presentaba sus Juguelotes).
Mi infancia fue muy influida por aquel Chabelo y por todo lo que representaba el Canal 5 en los años en que el PRI era omnipresente y Gustavo Díaz Ordaz el presidente. Épocas francamente siniestras, pero en las que los niños la pasábamos bien y sin tantas complicaciones. De hecho, aquel Chabelo se fue hace mucho. Era el Chabelo underground, antes de convertirse en institución.
¡Hasta la catafixia siempre!
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
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