No se puede dejar ir el año sin mencionar una de las pérdidas más importantes y significativas en el mundo de la música en general y del jazz en particular. Me refiero a la muerte de uno de los grandes genios de todos los tiempos dentro de este género –a la altura de un John Coltrane o un Miles Davis–, el gran Ornette Coleman, quien falleció el pasado 11 de junio, a los ochenta y cinco años de edad.
Gran impulsor del free jazz, ese estilo con tantos detractores, Coleman había sido paulatinamente olvidado por la ortodoxia jazzera. Puristas y tradicionalistas nunca aceptaron su revolucionaria propuesta y hasta la llamaron anti-jazz. Al final se salieron con la suya y de algún modo borraron a este saxofonista del panorama de lo que ellos consideran “el gran jazz”.
La desaparición de Coleman es una oportunidad para reivindicarlo y devolverle su sitial entre los más grandes intérpretes y compositores de esta música, un sitial que jamás debió perder…, si es que en realidad lo perdió.
Randolph Denard Ornette Coleman, nacido en Fort Worth, Texas, el 9 de marzo de 1930, fue siempre un inconforme, un rebelde que buscó salir de la ortodoxia y crear su propio estilo, libre, abierto, ajeno a cualquier esquema. Con su sax alto como arma implacable, consiguió revolucionar al mundo del jazz de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, al alejarse no sólo de los tradicionales standards del American Song Book, sino al prescindir de muchas fórmulas del género y fundir al todo instrumental sin una base rítmica y armónica rígida, a fin de otorgar una libertad absoluta a los músicos, así esto significara la asonancia y la estridencia que para muchos resultó insoportable en sus finos oídos, acostumbrados a las melodías reconocibles y convencionales. Era el free jazz: ruido para sus prejuiciados tímpanos.
Coleman fue un hombre de su época, un músico que entendió a la perfección los cambios que empezaban a darse no sólo en la música sino en el arte, la cultura y la vida cotidiana. Comprendió que los aires de ruptura y transformación eran inminentes y no sólo se sumó a ellos, sino que los encabezó por medio de sus ideas, sus propuestas y sus composiciones.
Músico vanguardista, fue más radical incluso que los propios Coltrane y Miles. Al lado del trompetista Don Cherry, quien por muchos años fue su fiel escudero, consiguió hacer que el jazz resquebrajara lo establecido e hiciera trizas todas las cuadraturas.
“Nunca entendí por qué si el piano tocaba en clave de Do, el saxo debía estar en clave de La. Eso no cabía en mi cabeza cuando empecé en la música. De ahí surgió mi idea de que cada músico pudiera tocar en la tonalidad que se le antojara. En mis bandas, no me importaba que los músicos tocaran en la clave que quisieran, lo que me importaba es que tocaran conmigo. No quería que me siguieran, quería que se siguieran a sí mismos”, decía Coleman en alguna entrevista.
Esta heterodoxia lo llevó a extremos tan arriesgados como delirantes, hasta crear un nuevo y provocador lenguaje dentro del jazz. Que lo llamaran anti-jazz no era algo que le molestara, todo lo contrario. Tenía vocación de apóstata.
Muchos discos grabó a lo largo de su carrera, pero su álbum fundamental y el que encierra todo su espíritu herético y heterodoxo es el extraordinario The Shape of Jazz to Come de 1959, editado por Atlantic Records, y que ya desde su mismo título posee una arrogancia desafiante, como si el músico se encontrara seguro de estar estableciendo las bases de lo que sería el jazz en el futuro, un jazz libre de protocolos y ataduras. En ese trabajo se encuentra el Ornette Coleman en estado puro, a sus escasos y vigorosos veintinueve años, al lado de Don Cherry y de esa gran sección rítmica conformada por Charlie Haden en el bajo y Billy Higgins en la batería. Temas como “Lonely Woman”, “Peace”, “Focus on Sanity” o “Congeniality” muestran lo que habría de ser el free jazz que seguirían músicos como Eric Dolphy, Pharoah Sanders, David Murray y Sun Ra.
Ornette Coleman, el hombre que reescribió el jazz, el innovador, el revolucionario, el nihilista, falleció en Manhattan, ya octogenario, de un paro cardiaco. Su sax alto queda para la posteridad en varias decenas de álbumes y otro tipo de grabaciones. En cuanto a su legado, instrumentistas actuales como John Zorn y otros lo tienen más que absorbido. Por fortuna.
(Publicado este mes en la revista Nexos)
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