domingo, 29 de noviembre de 2015

En la FIL de Guadalajara (viaje relámpago)

Con Eduardo Limón y Julio Patán durante la presentación.
Fue una locura. Ayer a medianoche tomé el autobús (que me pagó Editorial Lectorum) con rumbo a Guadalajara, donde hoy habría de presentar mi novela Matar por Ángela, dentro de ya legendaria Fería del Libro de la capital tapatía, la célebre FIL. Antes de tomar el autobús, aún en la estación de autobuses en la Ciudad de México, se me acercaron el músico Jarris Margalli (a quioen no conocía en persona) y un amigo suyo que resultó ser el autor de un libro biográfico sobre el guitarrista mexicano. Me habían reconocido y me preguntaron si quería presentar ese libro hoy por la mañana. Se me hizo un poco delirante, dado que no conocía yo el libro, pero me regalaron un ejemplar para que lo viera durante el viaje. Acepté, porque soy muy malo para negarme.
  El viaje no fue nada bueno. Como era un autobús de los de dos pisos y yo iba en el piso de arriba, esa parte se balanceaba como barquito en altamar y pasé buena parte de las siete horas de camino sin poder dormir por el mareo. Nada grave, pero sí muy incómodo. Llegamos a Guadalajara poco antes de las ocho de la mañana de hoy y me fui con ellos dos en un taxi hasta las proximidades de las instalaciones de la feria. Me invitaron a desayunar (menos mal) y me consiguieron una acreditación para entrar a la feria (de otra manera, hubiera tenido que pagar la entrada y esperar a que la abrieran). La presentación del libro sobre Margalli fue a las diez de la mañana y en una salita a medio llenar hablé más sobre el rockcito mexicano que sobre el libro que no había yo leído. Al público le gustó. También a Jarris. Me dieron las gracias y ya no volví a verlos. Aún no daban las doce y la presentación de mi novela era hasta las siete. Puf.
  Me puse a recorrer la feria y a buscar el stand de Lectorum. Pronto pude dar con él y me recibió Liz, la jefa de relaciones públicas de la editorial. Luego llegó Porfirio Romo, el propietario de la misma. Nos dimos un abrazo y... No tiene mucho caso decir lo que hice durante las siguientes seis horas porque se me hicieron eternas. Lo mejor fue toparme con mi querida Viridiana Villegas, una de las encargadas de prensa de Editorial Planeta, pero apenas pude platicar con ella unos minutos. Comí cualquier cosa y a las seis regresé a Lectorum. Mis presentadores llegarían poco después: Julio Patán y Eduardo Limón. Poco a poco fue arribando la gente y por fortuna estuvo lleno (había como 25 sillas). La presentación salió muy bien, realmente fue divertida, y por ahí se acercaron Rogelio Villarreal, una amiga de Facebook cuyo nombre se me fue en estos momentos y mi muy querida Gypsy, a quien no veía desde hacía años (literalmente). Quedamos en vernos mañana para dar un paseo y platicar a gusto (mi plan era regresarme mañana lunes por la noche al DF).
  Al despedirme de Julio Patán, me preguntó si iría yo a la fiesta de Milenio esta noche. Yo ni idea tenía de la fiesta y tampoco tenía dónde pasar la noche (la editorial sólo me pagó el boleto de ida y nada más). Me dijo dónde sería la fiesta y quedamos en vernos allá. Sin embargo, empecé a preocuparme por la falta de hospedaje. Le pregunté a Liz dónde se estaba quedando ella y si creía que habría algún cuarto disponible. Me dijo que estaba en un hotel de medio pelo, junto con otros empleados de la editorial, pero que se encontraba lleno a reventar. El caso es que así estaban todos los hoteles cercanos a la feria o al centro de Guadalajara y los precios por noche se habían elevado al triple. Traía mi tarjeta de crédito, pero eso de pagar más de dos mil pesos por una cama para poder acudir a la fiesta de Milenio no era lo ideal. Pensé en ir a la fiesta, desvelarme y amanecerme, pero ¿dónde dejaría mis cosas? Además, necesitaba darme un baño. Las cosas lucían poco propicias a decir verdad.
  Todavía acudí a dar una entrevista en la cabina de Radio UdeG (me entrevistó mi querida y admirada Julieta Marón) y al salir, no supe qué hacer. Cansado, con hambre, sin muchas ganas de fiesta, tomé la única decisión que podía tomar: irme a la estación de autobuses y regresar a la Ciudad de México hoy mismo. Suena como una locura, pero no había alternativa. Así que salí a la calle, tomé un taxi que me cobró un dineral por llevarme a la estación y alcancé boleto para el autobús de las once de la noche. Faltaban dos horas y, ya más tranquilo, me metí a cenar a un restaurante de la central. Mientras cenaba, llegó al lugar mi amiga Marisol y se sentó un rato conmigo. Su camión, también al DF, salía a las diez. Me habría gustado que viajáramos juntos, pero no se pudo.
  Ahora mismo hago estos apuntes ya a punto de abordar. Lo único que lamento de no haberme quedado es que no podré verme mañana con la preciosa Gypsy. Ya le mandé un mensaje para avisarle- Ni modo.

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