Pocos músicos sintetizan al mismo tiempo el lado oscuro y el lado luminoso del rock como Keith Richards, el alma verdadera de los Rolling Stones. Si en alguien se encuentra presente en toda su intensidad la famosa consigna de sexo, drogas y rock n’ roll es en él. Sin la menor duda. Experto en excesos, alma negra y bluesera, londinense con espíritu del Mississippi, músico y guitarrista a la vez tradicionalista e innovador, Richards se mantiene no sólo vivo sino vital, vital y activo y productivo a sus setenta y un años de edad y lo demuestra con Crosseyed Heart, su flamante álbum como solista, el primero después de veintitrés años, luego del Main Offender de 1992.
Leer Vida (Global Rhythm, 2010), la autobiografía de quinientas páginas de Keith Richards, es un ejercicio fascinante y aleccionador, aunque también asombroso y terrorífico (y muy divertido: su cínico humor negro, absolutamente rocanrolero, no tiene parangón). Se trata de un verdadero tour de force de sobrevivencia dentro de un mundo –el del rock, como música y como espectáculo– tremendamente demandante y desgastante. En su lectura vemos con detalle la peculiar existencia de este joven (porque sigue siendo joven en su etapa septuagenaria), el transcurrir de este nacido en los años cuarenta del siglo pasado y cómo su destino lo llevó a convertirse en uno de los artistas más influyentes de dicha centuria y en parte esencial de una de las agrupaciones más importantes en la historia no sólo del rock, sino de la música popular del planeta.
Los Rolling Stones son leyenda aún viviente, mito deslumbrante, realidad musical que a lo largo de más de cincuenta años sigue ahí, sumando ladrillos a su edificio cimentado en la música con raíces y en la honestidad artística más auténtica. Su legado es innegable. Tan sólo la tetralogía de sus discos Beggars Banquet (1968), Let It Bleed (1969), Sticky Fingers (1971) y Exile on Main Street (1972) habría bastado para consagrarlos por siempre, pero su riqueza es aún más amplia y todavía no se detiene.
Como fundador, al lado de Mick Jagger, del proyecto de las Piedras Rodantes (que a principios de los años sesenta no tenía más propósito que el de ser un grupo de blues que tocara y difundiera los temas clásicos del género en pequeños clubes británicos), Richards fue siempre el ancla y la sustancia (Jagger era más la apariencia y la frivolidad). Al lado de enormes músicos como Charly Watts, Bill Wyman, Brian Jones, Mick Taylor y Ron Wood (pero también Ian Stewart, Nicky Hopkins, Billy Preston y Bobby Keys, entre varios otros), Jagger y Richards lograron conformar un dueto excepcional de compositores (“The Glimmer Twins”, gustaban apodarse) que dio a la humanidad canciones inmortales como “I Can’t Get No (Satisfaction)”, “Street Fighting Man”, “She’s a Rainbow”, “Gimme Shelter”, “Brown Sugar”, “Honky Tonk Women”, “Start Me Up” y tantas otras que forman parte de su exhaustivo y exultante repertorio.
Crosseyed Heart, el nuevo disco de Keith Richards, suena como debe ser. No hay novedades ni busca sonar “actual” (si algo criticó siempre el guitarrista a Mick Jagger fue ese afán por querer adaptarse a las tendencias y estilos imperantes). En ese sentido, el larga duración pudo haber sido producido hace veinte, treinta o cuarenta años. La fidelidad de Richards por sus raíces musicales se refleja en las quince canciones que lo conforman. Rock, blues, country, reggae, interpretados con esa voz tan característica y con los varios instrumentos que ejecuta, además de su clásica guitarra en Open G (es decir, afinada en tono de Sol abierto).
Para la grabación, este poco flemático inglés se hizo acompañar por la base de su segundo grupo después de los Rolling Stones, The X-Pensive Winos: el baterista Steve Jordan y el guitarrista Waddy Wachtel. El enorme saxofonista Bobby Keys alcanzó a participar en algunos temas, antes de su infortunado fallecimiento, y hay invitados de lujo como Aaron Neville, Norah Jones y Spooner Oldham.
Destacan en el nuevo plato algunas piezas estupendas, desde la abridora y homónima “Crosseyed Heart” (un blues acústico, con nada más que la voz y la guitarra del buen Keith) hasta la funky “Amnesia” y desde la dylaniana “Robbed Blind” hasta la stoniana “Blues in the Morning” (imposible no pensar en el Exile on Main Street), la casi tomwaitsiana “Sustantial Damage” y la estupenda y rocanrolera “Trouble”.
Un disco magnífico que parecería estar anunciando la llegada de un nuevo álbum de los Rolling Stones. Hay rumores sin confirmar al respecto. Ojalá que así sea.
(Publicado este mes en la versión impresa de la revista Nexos No. 454)
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