domingo, 27 de noviembre de 2016

De Londres a Duluth

Las ciudades del rock –o de la música– es el tema que trata este número de la revista Marvin. Del rock hay muchas. Tan sólo en los Estados Unidos: Memphis, Chicago, Nashville, Austin, Los Ángeles, San Francisco, Detroit, Filadelfia, Nueva York, Seattle, Portland. En Inglaterra están Liverpool, Londres, Manchester, Bristol. En Escocia, Glasgow y en Irlanda, Dublin. Ciudades roqueras mexicanas podemos mencionar a Tijuana, Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México, principalmente (aunque en Aguascalientes se hace buen blues). En España, Madrid. En Argentina, Buenos Aires. En Chile, Santiago.
  En Brasil hay varias ciudades muy musicales, aunque no sean roqueras, y en Jamaica está Kingston, la capital del reggae. Para no hablar de las ciudades caribeñas en donde surgieron los ritmos afroantillanos.
  Por supuesto, si nos vamos a otros ámbitos más altos de la música, hay que señalar la Salzburgo de Mozart, la Leipzig de Bach, la Bonn de Beethoven, el París de Debussy. En fin.
  Escribo esta columna un día después del gran concierto de The Who en el Palacio de los Deportes del antiguo Distrito Federal y el día en que, por la mañana, se anunció que Bob Dylan había sido premiado con el Nobel de Literatura. Ni más ni menos.
  The Who y Bob Dylan. Londres y Duluth. Londres, la gran capital británica, como lugar de origen de Pete Townshend, Roger Daltrey, John Entwistle y Keith Moon. Duluth, Minnesota, la pequeña ciudad del norte estadounidense donde nació, en 1941, quien recibió el nombre original de Robert Allen Zimmerman y que se haría famoso al revolucionar la manera de escribir letras para canciones, primero en el ámbito del folk y más tarde en el del rock.
  ¿Qué tanto marcaron sus ciudades a los Who y a Dylan? ¿Qué tanto puede una ciudad influir a sus músicos?
  En el primer caso, Townshend y compañía crecieron en un ámbito urbano altamente musical y formaron parte de una escena extraordinaria, a la que también pertenecieron los Rolling Stones, los Kinks, los Animals, los Yardbirds, Cream y hasta los Beatles, cuando se mudaron de su natal Liverpool a Londres. Jimi Hendrix, aun siendo norteamericano (de Seattle), se volvió estrella en el Swinging London.
  Muy distinto fue el caso de Bob Dylan. Duluth no era precisamente la ciudad más propicia para desarrollarse como músico o como poeta. Gris, desolada, fría, con escasos habitantes y ninguna escena artística notable, para lo que sirvió fue para que el gran compositor huyera a la primera oportunidad y emigrara a la mucho más acogedora y estimulante Nueva York de principios de los años sesenta, específicamente en la zona de Greenwich Village.
  Ciudades. Música. Música. Ciudades. ¿De veras la relación entre una y otra resulta tan trascendente? La Ruta 61 que va del sur profundo estadounidense, es decir el delta del río Mississippi, hasta el norte de los Estados Unidos, pasa por dos ciudades clave para el desarrollo histórico del blues, las ya mencionadas Memphis y Chicago. Ambas más que trascendentes para el género, como lo fue San Francisco para el desarrollo de la llamada música de la Costa Oeste de los sesenta, al tiempo que Detroit y la propia Memphis fueron esenciales para el soul. Nashville es la gran capital de la música country, Seattle del grunge y Austin de buena parte del llamado movimiento indie de nuestro continente, mientras que el indie europeo parecería tener como su mayor sede a Glasgow, Escocia.
  Mención especial merece Berlín, como la más significativa meca de la electrónica en todas sus variantes.
  ¿Ciudad es destino? Al parecer, para la gran mayoría de los músicos sí.

(Publicado en mi columna "Bajo presupuesto" de la revista Marvin 146, noviembre de 2016)

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