Hillary Clinton pertenece a la generación de dirigentes estadounidenses que impuso el reinado de lo políticamente correcto. Durante la presidencia de su marido, Bill Clinton, este tipo de corrección llena de ambigüedades, falsa diplomacia, hipocresía y un cuidado extremo de la terminología, tan lleno de mojigatos, absurdos y pasteurizados eufemismos, empezó a difundirse por el mundo, en especial entre la gente de talante pretendidamente liberal.
Fue durante los ocho años presidenciales de Clinton que se empezó a llamar de maneras más “correctas” a las minorías y a los enfermos, que se condenó y aisló a los fumadores y también que, debido a las malas artes de Tipper Gore, la esposa del vicepresidente Al Gore, se buscó censurar las letras de los músicos de rock y de rap, con aquella leyenda inquisitorial que rezaba “Parental Advisory”.
El Partido Demócrata, pues, se volvió el epítome de la corrección política y esto prosiguió con los años, incluidos los de la estancia de Barack Obama en la Casa Blanca.
Hillary Clinton es una fiel representante de la corrección política que acaba de derrumbarse con su derrota en las recientes elecciones estadounidenses, en las que un tipo impresentable y políticamente incorrectísimo como Donald Trump consiguió derrotarla y, con ella, a toda una generación de altivos demócratas liberales.
Esto no quiere decir que me alegre por el triunfo de alguien tan burdo y esquemático, tan prejuicioso y palurdo como quien ocupará Washington a partir de enero próximo. Pero quizás ese golpazo que le dio a los demócratas la mitad más blanca, vieja, rencorosa y rudimentaria del vecino país del norte les sirva de escarmiento y puedan repensar sus estrategias, a fin de que intenten recuperar el poder dentro de cuatro años.
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También los políticamente correctos mexicanos podrían recibir un fuerte impacto, con el otorgamiento de la Medalla Belisario Domínguez a Gonzalo Rivas. Ojalá que así sea.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)
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