Hoy, pues, es el tiempo de los oportunistas, los incongruentes y los anti-éticos. Tiempos de canallas, diría Lilian Hellman. Lo vemos en la desbandada y el chapulinesco espectáculo de los políticos que saltan de un partido a otro, no por cuestiones ideológicas o filosóficas, sino por los más prosaicos y mezquinos intereses personales, por ambición egoísta, por convenir mejor a su muy particular provecho individual.
El ejemplo más reciente de este fenómeno lo conocemos todos y es el de la ex panista Gabriela Cuevas, súbitamente convertida a la iglesia mesiánica y morenista de Andrés Manuel López Obrador. De pronto, la hasta hace poco combativa blanquiazul y quien hace doce o trece años cuestionara como nadie al gobierno de AMLO en el ex Distrito Federal, cambió de opinión y ahora resulta que don Peje es “un hombre alegre, que conoce muy bien nuestro país, que conoce los problemas (…) que busca la unidad de México, que empata con los ideales que he tenido”, además de que para ella lo que ofrece Morena es “inclusión, pluralidad, diálogo, reconciliación y eso es lo que le hace falta a México”.
Todo muy bonito, muy nice, de no ser porque el movimiento fue demasiado burdo, demasiado obvio, y la propia doña Gaby aceptó que el salto de tres bandas lo dio por una razón muy simple y poco romántica: le urge asegurar una diputación para seguir siendo la presidenta de la Unión Interparlamentaria, con sede en Ginebra, Suiza, puesto que por cierto le consiguió un priista: Luis Videgaray. Lopez Obrador le prometió esa diputación y ella descubrió en Andrés Manuel, de súbito y de manera milagrosa, al Mesías verdadero.
Las oscuras cuevas de Gabriela.
(Mi columna "Cámara húngara" de hoy en Milenio Diario)
"La forma del hueso" una historia de amor imposible que ni Guillermo del Toro hubiera imaginado. Nominada a 13 premios de la academia de chapulines. Hoy en @ElFinanciero_Mx pic.twitter.com/bbVaIEUtQq— Rictus caricaturista (@monerorictus) 25 de enero de 2018
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