Cuando los Black Crowes grabaron su segundo trabajo discográfico, tal vez nunca imaginaron que estaban haciendo una de las grandes obras maestras del rock puro. Rock puro como sinónimo de rock que surge desde las raíces y busca la esencia del género para tocarlo con nuevos elementos y nuevas ideas, pero sin dejar de respetar lo más importante: el espíritu que le dio origen.
En ese sentido, The Southern Harmony and Musical Companion no representa un ejercicio de nostalgia, sino una recreación de la música en la cual los integrantes de esta banda habían abrevado desde muy jóvenes. El blues, el soul, el gospel, el country, el folk, el rock and roll y otras corrientes tradicionales se funden en cada una de las canciones que conforman el álbum y lo hacen con una sensibilidad exquisita, fresca, auténtica. Se trata de una obra muy en la vena de lo que los Rolling Stones habían hecho aproximadamente dos décadas antes, entre 1968 y 1972, con esa tetralogía magnífica conformada por Beggars Banquet, Let It Bleed, Sticky Fingers y Exile on Main Street (para muchos, el rock nunca ha tenido mejor sonido que en esos cuatro discos). Al igual que las piedras rodantes, los cuervos negros quisieron rendir homenaje a los fundadores primigenios del género y lo lograron con igual calidad y eficacia.
La armonía sureña y música que la acompaña
Los Black Crowes habían tenido un debut explosivo con su espléndido Shake Your Money Maker (1991), una solida muestra de buen rock, con una producción seca y contundente y con temas de gran potencial comercial (“Jealous Again”, “She Talks to Angeles”, “Hard to Handle”) que fueron bienvenidos por la naciente generación grunge-MTV. No que la música de la banda tuviera mucho que ver con la de otras contemporáneas suyas como Nirvana o Soundgarden, pero si existía la misma fuerza, la misma rabia, la misma visceralidad. En cambio, The Southern Harmony and Musical Companion significó un viraje hacia un estilo más fino, de mayor sutileza, sin que ello implicara que la agrupación de Atlanta, Georgia, perdiera una gota de su poder expresivo. Para ello fue muy importante la incorporación del guitarrista Marc Ford y el tecladista Eddie Hersch, así como los extraordinarios coros femeninos. Rich Robinson tuvo un papel menos protagónico pero sólo en apariencia, ya que su guitarra rítmica es la base estructural de prácticamente todos los cortes.
Los temas de The Southern Harmony and Musical Companion fueron compuestos en cuatro días, grabados en ocho y mezclados en una sola noche. Como alguien dijera por ahí: eso es rocanrol. El disco abre con un sugerente riff de la guitarra de Rich Robinson y un sólido beat percusivo que dan paso a la impactante “Sting Me”. Chris Robinson va cantando una línea en diálogo con los coros que contestan cada frase mientras la pieza crece en intensidad. Un gran arranque que es continuado con un clásico del repertorio blackcrowesiano: la exuberante y gospeliana “Remedy”, una composición intrincada, llena de recovecos y cambios, con un puente coral lleno de sensualidad. El piano juega como jugaba el del viejo Ian Stewart con los Stones, mientras Chris Robinson suplica “Can I have some remedy? / Remedy for me please / Cause if I had some remedy / I’d take enough to please me”.
“Thorn in My Pride” es una bellísima balada acústica que avanza sobre una rítmica acompasada y francamente deliciosa. La voz de Robinson suena un poco como la de Rod Stewart con Faces mientras canta “Sometimes life is obscene… / Lover cover me with a good dream / Let your love light shine”. La coda final es una gloria con el piano, los coros celestiales, la guitarra con ecos de Humble Pie. La siguiente maravilla se llama “Bad Luck Blue Eyes Goodbye” y es un rock lento e intenso, en el cual Marc Ford hace lucir su guitarra con un sentimiento tan desgarrado como el de Chris Robinson al cantar. La primera parte del álbum termina con la espléndida “Sometimes Salvation” y sus secos cortes en los acordes. Un gospel-blues, un canto contra la posibilidad de darse por vencido.
Nacidos cerca del Bayou
“Hotel Illness” abre con una guitarra muy a la Rolling Stones, muy a la Keith Richards, a lo que se suma una armónica muy jaggeriana. Sin embargo, una vez que transcurre, descubrimos que el tema no es una copia sino un homenaje y que el sonido sigue siendo reconociblemente el de los Black Crowes. “Black Moon Creeping” es otro gran tema, con una provocativa densidad pantanosa, lodosa, sureñamente Bayou, en tanto “No Speak No Slave” se acerca al rock duro a la Led Zeppelin, con una compleja elaboración guitarrística. “My Morning Song”, en cambio, apuesta más por la melodía sin dejar de ser fuerte y rotunda y también muy Jimmy Page en el manejo de las guitarras. La parte instrumental intermedia es fabulosa y más lo es el retorno calmo con la voz y los coros en un intercambio que remueve y conmueve. Una pieza enorme.
The Southern Harmony and Musical Companion culmina con la única canción que no fue escrita por los hermanos Robinson. Se trata de una preciosa y delicada versión de “Time Will Tell” de Bob Marley, interpretada con el beat del reggae pero estupendamente mezclado con un dejo de blues campirano que la hace singular y memorable. Una magnífica manera de dar término a una obra maestra de la discografía rocanrolera de todos los tiempos.
(Reseña que publiqué en mi libro Cerca del precipicio, editado por Cuadernos de El Financiero en 2012)
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