A los mexicanos nos encantan los linchamientos mediáticos. Leo los diarios de jueves y viernes y sobran los editoriales y opiniones terminantes y sin matices en contra de Florence Cassez, a quien llaman, con un desprecio que no está exento de xenofobia, “la secuestradora”, “la francesa”. De igual manera, los programas deportivos de radio y televisión condenan “la falta de patriotismo” y “la soberbia” de Carlos Vela, luego de que el jugador de la Real Sociedad volvió a excusarse de acudir al llamado de la selección mexicana de futbol.
En el affaire Cassez, no me atrevo a determinar si la mujer es inocente o culpable de los cargos de secuestro. Hace tiempo leí “La verdad secuestrada”, el largo, cuidadoso y exhaustivo reportaje de Héctor de Mauleón publicado en la revista Nexos (No. 403, julio de 2011), y lo único que me quedó claro es lo poco claro que fue el proceso que se le siguió a la detenida, con acusaciones cambiantes y múltiples contradicciones. Un verdadero horror jurídico. Como digo, no sé si la mujer es o no inocente. Probablemente sea una temible delincuente, probablemente no. Sin embargo, lo viciado del proceso, más allá incluso del famoso montaje de la gente de Genaro García Luna, quizás impida conocer algún día la verdad. Por eso me niego a sumarme al linchamiento (lo que sí pienso es que hubo motivaciones políticas y diplomáticas detrás de todo esto: se buscó el restablecimiento de la deteriorada relación entre Francia y México).
Algo similar, toda proporción guardada, ocurre en el affaire Carlos Vela. Desde una posición de superioridad moral, diversos comentaristas lo han tundido de nueva cuenta por su falta de compromiso con el llamado de la Patria, porque privilegia su carrera profesional a costa del glorioso equipo tricolor, porque está crecido y su ego se ha inflado, etcétera. No sé cuáles sean los “motivos personales” del futbolista, pero tampoco me agrego al equipo de sus detractores.
Seguimos sumidos en la polarización, en el imperio de lo negro y lo blanco: un campo fértil para los juicios lapidarios, para los linchamientos.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).
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