Soy rendido admirador del cine de Clint Eastwood. El tipo me parece un realizador fenomenal, con un sello de concisión y elegancia que le ha hecho dirigir varias obras maestras de la cinematografía como Bird (1988), Unforgiven (1992), Un mundo perfecto (1993), Río Místico (2003) o Gran Torino (2008), entre muchas otras.
No había podido ver J. Edgar, su película de 2011, y me pareció un trabajo igualmente espléndido. La historia de John Edgar Hoover, fundador y director durante casi medio siglo del FBI, es un relato al mismo tiempo fascinante y siniestro. Eastwood ha hecho un retrato impecable e implacable de este terrible personaje, símbolo del peor y más fanático derechismo estadounidense, quien veía como enemigos de su país tanto a la mafia y al comunismo como a los negros, los hippies y los homosexuales (a pesar de que, según varias evidencias, él era un homosexual reprimido). La cinta retrata a la perfección las cerca de siete décadas de vida de Hoover (y recrea cada tiempo de manera asombrosa) y sus principales hechos, hazañas y fracasos (ahí están el secuestro del hijo de Charles Lindbergh o la muerte del gangster John Dillinger). Pero no sólo eso. También vemos muchos aspectos de su intimidad, la relación edípica con su madre, su incapacidad para relacionarse sentimentalmente con las mujeres, su obsesión por el orden y la limpieza, la atracción física que sentía por sus agentes, su gusto por vestir prendas femeninas, su relación de décadas de amor platónico con su hombre de mayor confianza, el teniente Clyde Tolson.
Las actuaciones son fenomenales, en especial la de Leonardo DiCaprio como J. Edgar. Su transformación de la juventud a la vejez resulta asombrosa. Cuando lo vemos ya septuagenario, ni siquiera recordamos que detrás de la caracterización está el alguna vez niño bonito del cine norteamericano.
Gran película.
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