Se fue 2018. Vaya año. Muy difícil en lo personal, muy complicado en lo
nacional. Cada 31 de diciembre me hago la misma pregunta: ¿cómo estará
todo para el próximo fin de año? Aunque en otras ocasiones solía haber
algunos cambios, no eran tantos como sucedió en este. Hace doce meses ni
en el peor de mis malos sueños habría imaginado lo que ha sucedido en
2018 y la inesperada situación en la que me encuentro hoy como persona y
en la que se encuentra México como país.
En lo personal, luego de ocho meses más o menos normales, en agosto sobrevino la fatal llamada telefónica en la que se me comunicó (ni siquiera lo hicieron personalmente) que después de 18 años de colaborar en Milenio, quedaba fuera del periódico. Así nada más. Sin la menor consideración, sin el mínimo agradecimiento y, por supuesto, sin liquidación económica alguna. Fue para mí un golpe durísimo que marcó mi año de manera indeleble y que me dolió no sólo en el bolsillo sino también en lo sentimental, porque realmente amaba trabajar en ese diario. Como lo marcó otro cambio radical: el de mi mudanza a Tlalpan. Después de 18 años (sí, coincidentemente los mismos que estuve en Milenio) de habitar en el apartamento rentado de la colonia Ciudad de los Deportes, donde viví tantas cosas buenas (la mayor parte) y malas (pocas, pero importantes), debí dejarlo por cuestiones familiares. Hay que decir que esta decisión ya estaba tomada antes de mi despido de Milenio, por lo que este último hecho nada tuvo que ver con la mudanza a la casa de mi madre, donde estoy viviendo desde el 14 de septiembre. Hoy día, me hago cargo de mi mamá, a sus 97 años, y me he adaptado bien a la nueva vida (yo que solía dormirme a las cinco o seis de la mañana todos los días, ahora tengo que levantarme a las ocho para darle de desayunar a mi progenitora). Ciertamente, estoy bastante más lejos de donde vive la gran mayoría de mis amistades (sobre todo mis amigas más entrañables), pero habito una casa un poco más amplia y dejé de pagar renta. Unas cosas por otras. Espero terminar de adaptarme a lo largo del año próximo. Después de todo, se trata de regresar a mi terruño, a mi Tlalpan amado, aunque hoy sea tan distinto al que dejé hace casi dos décadas.
Esos fueron los dos cambios fuertes y radicales que tuve este año en lo personal. Por fortuna conservo mi trabajo como coordinador del sitio de música de la revista Nexos y han ido saliendo algunas otras oportunidades, aunque todavía no logro reponerme del todo del golpe económico que implicó mi salida de Milenio.
De lo bueno, está lo de mi disco que a pesar de ir lento va seguro y está quedando más que bien, gracias a Iris Bringas y Jehová Villa Monroy, mis productores y benefactores, y a todos los músicos que se han seguido incorporando al proyecto en diferentes canciones. Espero que en 2019 aparezca al fin. También tuve el gran honor de colaborar con un texto en "Un hombre libre", el libro homenaje a Luis González de Alba que coordinó el buen Rogelio Villarreal.
En lo familiar, todo bien con mis hijos, mis hermanas, mi madre y mi gente más próxima. Todos ellos están bien y gozan de cabal salud, al igual que mis amigas más cercanas, de la mayoría de las cuales conservo la amistad y el amor que nos une. No diré nombres, pero hay cuatro o cinco de ellas que se han vuelto todavía más entrañables de lo que ya eran para mí. Sólo una me decepcionó un poco, pero la conocí apenas hace unos meses y no es de mis amigas de siempre. Apuntaba a convertirse en una persona importante en mi vida, una hermosa amistad, pero se atravesó un patanesco galancillo de esos que abundan, un junior hipster y fantoche (y para colmo vegano) que la alejó de mí. En fin, el tiempo dirá si vuelvo a verla. Hice nuevos amigos y algunos que se decían mis amigos me mantienen borrado por cuestiones ideológicas.
En cuanto a México… Bueno, todos lo estamos viviendo. Hubo elecciones federales, Andrés Manuel López Obrador finalmente se hizo de la presidencia de la república y en su primer mes de gobierno hemos ido de un absurdo a otro con una velocidad delirante. Nada hay hasta ahora que permita pensar en que será un buen sexenio. Todo lo contrario. Las decisiones que ha ido tomando el nuevo gobierno, apoyado en su predominio en las dos cámaras legislativas, auguran años oscuros y ominosos. Es cada vez más claro que los de Morena no saben gobernar y que la responsabilidad del Estado les está quedando demasiado grande. En mi columna “Cámara húngara” que sigo escribiendo por ahora, desde mi blog El rojo y el negro, he estado hablando al respecto y lo seguiré haciendo.
La costumbre en esta fecha es desear a todos un muy feliz nuevo año y así quisiera hacerlo, aunque los signos apunten en sentido contrario. Ojalá estos chivos en cristalería no arruinen la economía, ojalá no conviertan al país en un Estado militarizado y represivo en el que la libertad de expresión quede conculcada. Las señales son oprobiosas. La vocación dictatorial de quien se niega a asumir la presidencia y quiere continuar como jefe de un movimiento enloquecido y lleno de fanáticos no muestra deseos de cambiar para bien. Ni siquiera existe margen para otorgarle el beneficio de la duda. De hecho, algunos que votaron por la llamada Cuarta Transformación ya están arrepentidos y el número crece. Claro que hay muchos fieles todavía, pero estoy cierto de que se irán decepcionando a pasos acelerados. Con todo, será interesante observar el transcurso de los hechos durante los doce meses que vienen.
2019 es todo un reto. Tendremos que asumirlo de esa manera en todos los sentidos. No nos queda de otra.
Sólo espero que el próximo 31 de diciembre no estemos hablando de un país derruido. Oj-Alá, como dirían los musulmanes.
En lo personal, luego de ocho meses más o menos normales, en agosto sobrevino la fatal llamada telefónica en la que se me comunicó (ni siquiera lo hicieron personalmente) que después de 18 años de colaborar en Milenio, quedaba fuera del periódico. Así nada más. Sin la menor consideración, sin el mínimo agradecimiento y, por supuesto, sin liquidación económica alguna. Fue para mí un golpe durísimo que marcó mi año de manera indeleble y que me dolió no sólo en el bolsillo sino también en lo sentimental, porque realmente amaba trabajar en ese diario. Como lo marcó otro cambio radical: el de mi mudanza a Tlalpan. Después de 18 años (sí, coincidentemente los mismos que estuve en Milenio) de habitar en el apartamento rentado de la colonia Ciudad de los Deportes, donde viví tantas cosas buenas (la mayor parte) y malas (pocas, pero importantes), debí dejarlo por cuestiones familiares. Hay que decir que esta decisión ya estaba tomada antes de mi despido de Milenio, por lo que este último hecho nada tuvo que ver con la mudanza a la casa de mi madre, donde estoy viviendo desde el 14 de septiembre. Hoy día, me hago cargo de mi mamá, a sus 97 años, y me he adaptado bien a la nueva vida (yo que solía dormirme a las cinco o seis de la mañana todos los días, ahora tengo que levantarme a las ocho para darle de desayunar a mi progenitora). Ciertamente, estoy bastante más lejos de donde vive la gran mayoría de mis amistades (sobre todo mis amigas más entrañables), pero habito una casa un poco más amplia y dejé de pagar renta. Unas cosas por otras. Espero terminar de adaptarme a lo largo del año próximo. Después de todo, se trata de regresar a mi terruño, a mi Tlalpan amado, aunque hoy sea tan distinto al que dejé hace casi dos décadas.
Esos fueron los dos cambios fuertes y radicales que tuve este año en lo personal. Por fortuna conservo mi trabajo como coordinador del sitio de música de la revista Nexos y han ido saliendo algunas otras oportunidades, aunque todavía no logro reponerme del todo del golpe económico que implicó mi salida de Milenio.
De lo bueno, está lo de mi disco que a pesar de ir lento va seguro y está quedando más que bien, gracias a Iris Bringas y Jehová Villa Monroy, mis productores y benefactores, y a todos los músicos que se han seguido incorporando al proyecto en diferentes canciones. Espero que en 2019 aparezca al fin. También tuve el gran honor de colaborar con un texto en "Un hombre libre", el libro homenaje a Luis González de Alba que coordinó el buen Rogelio Villarreal.
En lo familiar, todo bien con mis hijos, mis hermanas, mi madre y mi gente más próxima. Todos ellos están bien y gozan de cabal salud, al igual que mis amigas más cercanas, de la mayoría de las cuales conservo la amistad y el amor que nos une. No diré nombres, pero hay cuatro o cinco de ellas que se han vuelto todavía más entrañables de lo que ya eran para mí. Sólo una me decepcionó un poco, pero la conocí apenas hace unos meses y no es de mis amigas de siempre. Apuntaba a convertirse en una persona importante en mi vida, una hermosa amistad, pero se atravesó un patanesco galancillo de esos que abundan, un junior hipster y fantoche (y para colmo vegano) que la alejó de mí. En fin, el tiempo dirá si vuelvo a verla. Hice nuevos amigos y algunos que se decían mis amigos me mantienen borrado por cuestiones ideológicas.
En cuanto a México… Bueno, todos lo estamos viviendo. Hubo elecciones federales, Andrés Manuel López Obrador finalmente se hizo de la presidencia de la república y en su primer mes de gobierno hemos ido de un absurdo a otro con una velocidad delirante. Nada hay hasta ahora que permita pensar en que será un buen sexenio. Todo lo contrario. Las decisiones que ha ido tomando el nuevo gobierno, apoyado en su predominio en las dos cámaras legislativas, auguran años oscuros y ominosos. Es cada vez más claro que los de Morena no saben gobernar y que la responsabilidad del Estado les está quedando demasiado grande. En mi columna “Cámara húngara” que sigo escribiendo por ahora, desde mi blog El rojo y el negro, he estado hablando al respecto y lo seguiré haciendo.
La costumbre en esta fecha es desear a todos un muy feliz nuevo año y así quisiera hacerlo, aunque los signos apunten en sentido contrario. Ojalá estos chivos en cristalería no arruinen la economía, ojalá no conviertan al país en un Estado militarizado y represivo en el que la libertad de expresión quede conculcada. Las señales son oprobiosas. La vocación dictatorial de quien se niega a asumir la presidencia y quiere continuar como jefe de un movimiento enloquecido y lleno de fanáticos no muestra deseos de cambiar para bien. Ni siquiera existe margen para otorgarle el beneficio de la duda. De hecho, algunos que votaron por la llamada Cuarta Transformación ya están arrepentidos y el número crece. Claro que hay muchos fieles todavía, pero estoy cierto de que se irán decepcionando a pasos acelerados. Con todo, será interesante observar el transcurso de los hechos durante los doce meses que vienen.
2019 es todo un reto. Tendremos que asumirlo de esa manera en todos los sentidos. No nos queda de otra.
Sólo espero que el próximo 31 de diciembre no estemos hablando de un país derruido. Oj-Alá, como dirían los musulmanes.
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