domingo, 2 de diciembre de 2018

Cámara húngara: Andrés en el país de las maravillas

En fechas recientes, tuve la oportunidad de entrevistar a tres importantes personajes del llamado círculo rojo, es decir, intelectuales especializados en política y que publican o aparecen en distintos medios de comunicación. Héctor Aguilar Camín, Rafael Pérez Gay y Ciro Gómez Leyva (cuya amistad y afecto puedo presumir en los tres casos) accedieron a charlar conmigo para la versión en español del diario californiano Los Angeles Times, acerca de la inminente llegada a la presidencia de Andrés Manuel López Obrador y lo que fueron los cinco meses en que navegó como activísimo presidente electo.
  Las entrevistas pueden leerse en el sitio del diario (https://www.hoylosangeles.com/), pero diré que en todas existe una coincidencia: no vislumbran buenos augurios para el sexenio que está iniciando. Esto contrasta con los dos discursos que dio ayer sábado el ya presidente constitucional, en los que pintó un futuro lleno de luz, progreso, concordia, paz y amor… para sus incondicionales.
  Nadie puede negar la astuta habilidad de López Obrador para lo que vulgarmente se conoce como echar choro (algunos lo consideran por esto un genio de la comunicación). Este talento que podría parecer un tanto perverso viene impregnado con una mezcla de maniqueísmo, medias verdades, sentimentalismo, frases hechas, expresiones populares y hasta de pronto un sentido del humor bastante extraño, por no decir que retorcidamente siniestro. Con esto le ha bastado para conmover a sus muchos seguidores, a lo largo de 18 años; tanto así que 30 millones de votantes le otorgaron la presidencia de la república.
  ¿Cómo debemos tomar los discursos del flamante presidente, primero ante el Congreso y luego frente a sus seguidores en el Zócalo? Sin duda, supo tocar las fibras de sus devotos seguidores, al denostar a los gobiernos más recientes (a los que calificó todo el tiempo de neoliberales) y al contrastarlos con lo que según él habrá de ser para México la llamada Cuarta Transformación, una especie de país de las maravillas.
  Aunque ambas piezas oratorias resultaron demasiado largas y por instantes soporíferas (el lento sonsonete de su voz no se lleva bien con la amenidad), dijo muchas cosas que, de realizarse, transformarían nuestra realidad para convertirla en una Shangri-La tropical. Pero sus múltiples promesas representan un costo económico enorme y ese dinero no va a salir de bajarle el sueldo a los altos funcionarios, quitar la pensión a los ex presidentes y acabar (utópico deseo) con la corrupción. Imposible sueño guajiro (para usar un término cubano y/o venezolano).
  Destaco por último tres cosas que prometió, dos buenas y una mala.
  Las buenas: 1. Se comprometió a respetar la libertad de expresión y 2. Aseguró que, como admirador de Francisco I. Madero, cree en la no reelección y no intentará perpetuarse en la presidencia. Cuidemos que cumpla ambas.
  La mala: Casi al final de su prolongada arenga, pidió a sus seguidores: “Protéjanme de los conservadores y de mis adversarios. Con la protección de ustedes, (ellos) me hacen lo que el viento a Juárez”. Lamentable llamado a la división polarizante y señal aparente de que, en el fondo, no piensa gobernar para todos los mexicanos, sino únicamente para quienes sean sus obedientes adeptos.

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