Desde la escuela primaria se nos dijo que Francisco I. Madero debía ser considerado como El Apóstol de la Democracia (así, con mayúsculas) y como el creador de la frase (durante tantos años usufructuada por el PRI) “Sufragio efectivo, no reelección”. Los matices y claroscuros de su participación en la historia de México no se nos enseñaban; pero bueno, hasta ahí todo bien, por más esquemático que resulte.
Hoy día, en el emblema del nuevo gobierno aparece la efigie del propio Madero, al lado de las de Benito Juárez, Miguel Hidalgo, José María Morelos y Lázaro Cárdenas. Estas figuras broncíneas indicarían que dicho gobierno apuesta por la democracia y, por supuesto, éste así lo proclama, aunque los hechos están demostrando que, a dos semanas de que Andrés Manuel López Obrador asumió la Presidencia de la República, la ruta va exactamente en sentido contrario, rumbo a la concentración del poder en manos de un solo hombre, es decir, hacia una antidemocracia idéntica a aquella contra la cual luchó, vaya paradoja, don Panchito Madero.
Las evidencias son claras y provienen del propio Presidente y de los legisladores de Morena que controlan las dos Cámaras. Desde la imposición de los “superdelegados” estatales, hasta la centralización de las oficialías mayores, pasando por el fiscal a modo, los embates contra la Suprema Corte de Justicia, la cancelación de la Reforma Educativa, la inminente cancelación de la Reforma Energética, el cierre del aeropuerto de Texcoco, las consultas patito para validar proyectos sin bases técnicas (como el Tren Maya, el aeropuerto de Santa Lucía o la construcción de seis refinerías), los primeros ataques contra periodistas críticos y el apapachamiento de los comunicadores y medios afines, la “Ley Taibo”, la ley que aumenta el número de delitos que ameritan prisión automática sin sentencia y por los cuales se puede encarcelar a personas haciendo caso omiso de su presunta inocencia (¿serán los futuros presos políticos del régimen?), el lanzamiento de buscapiés amenazadores (acabar con las comisiones bancarias, amagar con la desaparición de los poderes en los estados, sugerir que se irá contra las instituciones autónomas) y como cereza en el pastel, la creación de una Guardia Nacional controlada por los militares y encabezada por el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas: el Presidente de la República.
Todo esto (y más) en tan sólo dos semanas. La prisa como política de gobierno (con las desastrosas consecuencias financieras que ya hemos visto y seguimos viendo). Una prisa que amenaza con desmontar los logros democráticos que a duras penas han sido construidos por la sociedad mexicana durante los más recientes 20 o 25 años.
Esta no es una política de izquierda ni por asomo. ¿Qué tiene que ver, todo lo que están haciendo, con la lucha maderista por la democracia? ¿No se parece más al férreo porfirismo y al priismo duro, paternalista y controlador que sometió al país entre 1964 y 1982?
Madero fue el apóstol de la democracia. Parece ser que ahora tenemos a otro apóstol, pero de la antidemocracia.
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