No lo será, porque no está dispuesto a serlo. Porque no le interesa. Porque quiere seguir en campaña y continuar siendo el líder de una facción, la de sus fieles, la de sus incondicionales, la de sus fanáticos que todo le aceptan, todo le aplauden y todo le justifican.
Aunque en su primero discurso como Presidente electo, la noche del 1 de julio, habló de reconciliación y de ser el Presidente de todos los mexicanos, apenas se trasladó al Zócalo, cambió el sentido de sus palabras al hablar frente a los suyos. Lo mismo sucedió con sus discursos del 1 de diciembre: nada de gobernar para el total de quienes vivimos en México. Para él sigue habiendo adversarios y traidores. Lo que menos le interesa es la reconciliación, porque lo que exige es sumisión.
Sumisión como la que día con día han mostrado todos sus subalternos, no sólo desde el poder Ejecutivo, sino también desde el Legislativo. Ahí están personajes como Martí Batres, Ricardo Monreal y Mario Delgado, como fieles lacayos encargados de realizar todo el trabajo sucio en este pandemónium en que se han convertido las primeras tres semanas (¡válgame, apenas tres!) del gobierno de la llamada, con toda cursilería, la 4T.
Hay en Palacio Nacional un hombre que se niega a ser Presidente. No le acomoda. Le sienta mejor mantenerse como el candidato sempiterno. La política como el arte de la negociación no sólo no le interesa, le repugna. Cree que dialogar con el contrario es transar y prefiere descalificarlo, insultarlo, aplastarlo. Moralmente por ahora. Más adelante, no sabemos.
Maniqueo y esquemático, divide al país entre el pueblo bueno y los malditos conservadores. Apoyado en los 30 millones de votos que lo llevaron a la silla, piensa que eso le da patente de corzo para hacer y deshacer a su capricho y su antojo. Por eso la cancelación del aeropuerto internacional de la Ciudad de México en Texcoco, a pesar del alto costo económico y financiero que sangrará al país. Por eso la imposición de Santa Lucía o de su proyecto consentido, el Tren Maya, echado a andar con la delirante aprobación de la Madre Tierra y sin estudios económicos o de impacto ambiental. Por eso también el cambio radical, de los epítetos contra las fuerzas armadas durante la campaña electoral, a la súbita entrega de la Guardia Nacional al mando castrense, sin que se sepa bien a bien qué fue lo que pasó para que de pronto se mostrara tan solícito con el Ejército y la Marina. Pero la militarización va.
¿Se convertirá Andrés Manuel López Obrador algún día en un verdadero Presidente de la República? Parece poco probable. Cerca de tres lustros como candidato lo marcaron y no quiere abandonar su papel como líder de masas. El rol que mejor sabe representar, en el que se siente más a sus anchas.
Tres semanas tan sólo…
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