Cuando hace unos diez días vi en Netflix la mitad de la película Roma de Alfonso Cuaron, escribí en Twitter lo siguiente: "Gran duda existencial: ¿la Roma de Cuarón que están pasando en Netflix
es la misma que proyectaron en diferentes salas antes del día 14 y de
la que todos coincidían que era una obra maestra y la mejor película
mexicana de todos los tiempos? Algo me dice que nos la cambiaron".
Una cosa que me llamó la atención fue que la supervisión musical del filme estuviese a cargo de Lynn Fainchstein, quien aparece haciendo lo mismo en numerosas películas y series mexicanas, lo cual me llevó a reflexionar sobre la monopolización que ejerce y si no existirán otras personas con los conocimientos musicales suficientes como para que puedan hacer lo mismo.
Hace un par de días, recordaba esto y se me ocurrió subir a mi Facebook el siguiente comentario, evidentemente irónico: "Una duda: ¿en la Ley Federal Cinematográfica hay algún artículo o alguna
cláusula que obligue a que en todas las películas mexicanas la
supervisión musical tenga que estar a cargo de Lynn Fainchtein? Sí, en Roma también está (en la de Cuarón, no en la de Fellini)".
Como tengo ligado mi FB con mi Twitter, el comentario se convirtió en tuit y no faltó alguien que quiso amarrar navajas y se lo hizo llegar a la propia Fainchstein, quien sobrerreaccionó furibunda y me bloqueó, no sin antes escribir un par de tuits ("No fuera un hombre porque lo aplaudirías" y "No, Hugo, no hay ley, hay mérito, pero eso tú no lo conoces"). No sé si después de esos habrá escrito otros.
De inmediato se desató la tormenta y el escándalo se propagó como incendio en hojas secas. Llovieron las opiniones en defensa de Lynn (de Rulo y de Dominique Peralta, por ejemplo) y también las que estaban de acuerdo con mi comentario. La cosa duró todo el fin de semana y todavía hoy me siguen apoyando o insultando (de frustrado, mediocre y envidioso no me bajaron algunos y algunas).
Lo que me queda de todo esto es el asombro por la manera como un comentario que nada tenía de ofensivo y sólo expresaba una inquietud pudo desatar semejante indignación y cómo un personaje como Lynn Fainchtein respondió de manera tan visceral y haciendo uso de un feminismo delirante y trasnochado. Es decir, ¿qué tiene que ver lo que escribí con que ella sea o no mujer? Nada en absoluto. Más bien, lo que esto refleja es un sexismo al revés que ve en el hombre a un enemigo y cree que todo tiene un trasfondo "de género". Una ridiculez total.
Imagino que en el fondo y sin proponérmelo, logré tocar alguna fibra íntima de esta persona que la hizo sentirse insegura y vulnerable. No lo sé, sólo son suposiciones mías.
Lo que sí es cierto es que desde hace varios años existe una pequeña mafia que controla la difusión de la música en nuestro país y muy especialmente en la Ciudad de México. Gente que surgió de radiodifusoras como Rock 101 y Radioactivo o de algunas compañías disqueras y que son quienes dictan lo que se debe escuchar y lo que no se debe escuchar en los medios y los festivales. Habría que ahondar periodísticamente en el asunto.
Coda: Todo este affaire me sirvió para alimentar el ego: no pensé que mi opinión todavía pesara tanto. ¡Gracias totales!
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