lunes, 10 de diciembre de 2018

Apuntes para una historia crítica del rockcito (IV)

1963 y sobre todo 1964 fueron años muy importantes. A nivel internacional, por el surgimiento de los Beatles y la llamada Ola Inglesa. A nivel nacional, por el surgimiento de los grupos de la frontera norte, en especial de la ciudad de Tijuana, cuyo nivel musical superaba con amplitud al de los conjuntos defeños. Agrupaciones como Los Tijuana Five o la banda de Javier Bátiz realmente sabían tocar y lo demostraban sin problemas.
  Los gustos masivos cambiaban y la beatlemanía hizo que “los grandes años del rocanrol” nacional quedaran petrificados en la nostalgia, de golpe, por los siglos de los siglos. Los jóvenes de mediados de los sesenta ya no gustaban del rock primigenio nacido en Norteamérica. Se requería una mayor sofisticación, una mayor musicalidad (eso y no burdas y pésimas imitaciones de los Beatles con grupillos mexicanos como Los Liverpools o Los American Beatles (¡?).
  Claro que había nuevos conjuntos: Los Apson Boys (“Atrás de la raya”), Los Yaki (“Diablo con vestido azul”), Los Belmonts (“Amarrado”), Los Rocking Devils (“Hey Lupe”, “Perro lanudo”, “Chicharos dulces”), Los Hitters (“Un hombre respetable”) Los Johnny Jets (“La minifalda de Reynalda”) y un sinfín más, en su mayoría intelectualmente limitados, musicalmente patéticos y letrísticamente analfabetos. Desde entonces, los roqueritos mexicanos mostraban su infantilismo, su deseo de no abandonar la adolescencia (aunque algunos de ellos ya se acercaran a la treintena de años), su afán por permanecer “siempre jóvenes”, aunque por ser joven entendieran que debían pasársela jugando, echando relajo y declarando tonterías.
  Así fueron transcurriendo los años. 1964, 1965, 1966, 1967. Era el México de Gustavo Díaz Ordaz, un país que vivía la estabilidad económica del llamado desarrollo estabilizador (hoy rescatado por el nuevo presidente de México), un país aislado de los grandes cambios culturales que se daban en muchas otras partes del mundo. Éramos como una isla, ajena a las influencias “extranjerizantes” (Díaz Ordaz dixit) que podían afectar, contaminar, a las sagradas tradiciones de La Gran Familia Mexicana (así, con mayúsculas). El régimen de la Revolución Mexicana (así, también con mayúsculas) era uno de los más contrarrevolucionarios del orbe. Se vivía una paz ficticia, muy por el estilo de la paz porfiriana: la paz priista, basada en buena parte en la represión selectiva de todo aquel elemento que tratara de transformar al establishment. Esto se reflejó durante largo tiempo en el rock que padecíamos y que era socialmente aceptado.
  Sin embargo, muy por debajo del agua la corriente del cambio se filtraba y llegaba a muchos jóvenes. Por el lado político estaba la influencia de la revolución cubana, la guerra de Vietnam y los movimientos contraculturales y de protesta en los Estados Unidos. Por el lado de la cultura y el arte y más específicamente del rock, la gran revolución había llegado a nuestro continente desde Inglaterra, había germinado en nuestro vecino país del norte y sus influjos arribaban de una u otras manera a territorio azteca. Los Beatles, los Rolling Stones, los Kinks, los Who, los Doors, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jefferson Airplane, Bob Dylan, Frank Zappa. El rock mundial llegaba a una madurez inusitada que nada tenía que ver con los años inocuos del pasado reciente. ¿Cómo se reflejó esto en el rock que se hacía en México?
  Lo veremos en nuestra próxima entrega.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Plumas de caballo" del sitio Juguete Rabioso)

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