Terminé de ver la tercera temporada de mi serie favorita desde hace más de un año o dos: Shameless, en su versión estadounidense. ¿Qué puedo decir? Que fue igual o más portentosa que las temporadas uno y dos. Que mantuvo y hasta incrementó sus posibilidades de cinismo, humor negro, sátira, descaro, osadía, irreverencia, guarrez, inteligencia y diversión. Los personajes son tan redondos como en un principio, la trama jamás decae, las situaciones son fabulosamente delirantes y la crítica es cada vez más ácida y corrosiva. Los Gallagher son la familia disfuncional más deliciosa que he visto jamás en pantalla (y en la vida real). Qué maravilla de programa.
Sólo un punto negro: ¿cuánto tendremos que esperar para la cuarta temporada, carajo?
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