domingo, 19 de mayo de 2013

Un sábado (un tanto) accidentado

Karina.
El de ayer fue un día accidentado, con extraños presagios y que sin embargo terminó felizmente.
  La primera mala señal fue que cuando me iba a meter a bañar y el agua de la regadera salió helada. Se había apagado el calentador, algo que no había sucedido en dos años. Encenderlo fue problemático, porque está en un lugar de muy difícil acceso y que literalmente da al vacío. Pero lo logré prender y me bañé sin broncas. Me arreglé porque tenía que salir a las dos, ya que a las tres se presentaría el grupo Coyoli en el Caradura de la Condesa, en el marco del Festival Marvin 2013, para el cual había conseguido dos pulseras de acceso, como colaborador que soy de dicha revista. Le había prometido el viernes a Pamela que iría a ver la propuesta de esa agrupación.
  Salí pasadas las dos y al ir por las escaleras me di cuenta de que había olvidado la pulsera, así que tuve que regresar por ella (estoy cierto de que si no hubiese sucedido eso, todo se habría desarrollado de un modo totalmente distinto). Caminé hacia la cercana estación del metrobús, pero vi que entraba a ella una verdadera multitud. Algún evento hubo en la Plaza México que congregó a tanta gente y coincidí al parecer con la hora de salida. Opté entonces por caminar hacia el Eje 5 para abordar un taxi. Sin embargo, al llegar a una esquina y subir a la banqueta, algo me hizo tropezar y me fui de bruces. Por un momento estuve a punto de guardar el equilibrio y evitar la caída, pero me ganó el peso corporal y caí sobre la rodilla izquierda y las manos. Mis lentes salieron volando. Tres señores que estaban a dos metros se preocuparon, pero me levanté en seguida y les dije que estaba bien. Empecé a caminar, pero la rodilla me dolía y veinte metros más adelante, decidí regresar a mi casa.
  Ya no salí. Había quedado con mi hijo Alain de ir a verlo tocar en la nochecita, en su primera actuación en el festival, pero le expliqué mi situación y lo entendió. Reposé toda la tarde sin mucha mejoría. A las ocho llegó Karina Vargas, a quien había invitado para ir a ver a Alain, pero se dio cuenta de mi situación y se portó muy linda conmigo. No sólo aceptó que no saliéramos, sino que se quedó a acompañarme. Pedimos una pizza, abrimos unas cervezas y le mostré algunas de mis canciones. Es un amor.
  Se fue como a las once en un taxi que le pedí. Gracias a ella, lo que parecía un día infausto se convirtió en una noche muy bonita.
  (Hoy domingo lo pasé en reposo y ya con la rodilla en mejores condiciones).

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