Quizá la mayor prueba del amor no sea que te guste la persona con quien te acuestas, sino que te guste la persona con quien te despiertas.
Es una buena frase, una buena idea para comenzar una novela. Y me queda al dedillo en este momento de mi vida. Porque, de todas las mujeres que conozco en estos momentos, ¿con cuántas me gustaría despertar cada mañana? Caramba, con muy pocas. Y no porque no me gusten. Varias de ellas me encantan, incluso siento mucho cariño por ellas. Me acostaría quizá con todas. O con el noventa por ciento. O, mínimo, con el ochenta. Sin embargo, despertar a diario, ¿con cuántas, con cuáles? ¿Con Irasema? No. Es una mujer bellísima, nos llevamos de maravilla, sobran los tipos que me envidian cuando saben que paso con ella largas horas, mientras realizamos algún trabajo, y que suele venir a mi casa para charlar y beber vino tinto. Claro que me la llevaría a la cama, pero no para despertar con ella de hoy en adelante. ¿Andrea? Menos. Demasiado depresiva. Sensual, sí, pero su eterno desánimo me entristece. Creo que ni siquiera me acostaría con ella. ¿Damiana? ¡Noooo! La estimo mucho, somos grandes amigos, nos hemos besado y en una borrachera incluso terminamos en la cama. Incluso esa vez se quedó a dormir aquí y lo primero que pensé al levantarme fue un por favor que ya se vaya. Sobre todo cuando vi que se quedaba dormida hasta el mediodía y que al despertar producía unos sonidos vocales repelentes, como de niña boba (que ella de seguro consideró muy simpáticos), y que además me exigió que le preparara algo de desayunar, pues la cruda la tenía en pésimo estado. Menos mal que está casada y que eso le impide instalarse aquí. Aunque tengo dos amigas que sí me han insinuado lo mucho que les encantaría quedarse a vivir conmigo (a lo que yo he respondido con mi silencio, con una mueca que trata de ser sonrisa y con una sola idea en mi cabeza: que la boca se te haga chicharrón). Así pues, ¿con cuántas de las mujeres que frecuento sería capaz de despertar en forma cotidiana y sentirme feliz? ¿Con Kitzia y sus intimidantes diecinueve años de edad? ¿Con Ernestina y sus constantes crisis emocionales? ¿Con Claudia y su inestabilidad contagiosa? ¿O con Graciela, quien a sus treinta años sigue viviendo al lado de su madre y tiene que obedecerla como si tuviera quince? ¿Qué tal con la vital pero ninfomaniaca Yerma? O con Susana, Mónica, Verónica, Margarita, Karen, Olivia, Rosa María, Jenny, Laura, Gabriela, Elvira, Patricia, Adela, Conchita, Fernanda… Todas preciosas para una o dos o tres o más noches de placer, pero no para el compromiso que significa despertar juntos, en la misma cama, per secula seculorum. Y está Ángela, por supuesto. La mujer por quien hubiera dado la vida hace seis años. No obstante, ahora somos sólo amigos y no, ya no me inspira como para verla abrir los ojos cada amanecer. En realidad, en realidad, en realidad, sólo hay dos mujeres, sólo dos, con quienes podría despertar y no una vez sino varias, muchas, incluso a diario, durante semanas, meses, años. La una es, todavía, Montserrat, a pesar de todo lo sucedido entre nosotros durante los últimos cinco años. La otra…, Raquel. Sin lugar a dudas: Raquel.
(Inicio de una novela sin nombre que empecé en noviembre de 2004 y que no continué y de la que sólo escribí otros tres capítulos).
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