Recuerdo que una vez un lector me cuestionó fuerte y hasta con cierta violencia por el hecho de que, a su modo de ver, en mis escritos abusaba yo del uso de los adjetivos. Según esta persona, cuyo nombre se ha perdido en el túnel del tiempo, entre menos se adjetive mejor será un texto. Me parece una regla arbitraria y no veo la razón para imponerla (de hecho, no veo la razón para imponer cosa alguna).
Cierto que la literatura estadounidense, por ejemplo, se distingue muchas veces por su parquedad, cierta austeridad estilística y un uso limitado de calificativos. Por otro lado, hay cierta literatura hispanoamericana que se muestra como la cara opuesta, debido a que en ella hay una exuberancia adjetival que la vuelve barroca y en algunos casos hasta exagerada y rococó.
No sé si abuso de los adjetivos, sí sé que me gusta usarlos y que son parte de mi manera de escribir los diferentes tipos de textos que pergeño como simple escribidor: artículos, notas, cuentos, narraciones de más largo aliento. En algunos adjetivo más que en otros, pero siento que ellos, los adjetivos, me ayudan a proporcionar el color que quiero dar a mis imágenes, a mis ideas, a mis pensamientos, a mis relatos.
Cada quién debe ser libre para escribir como mejor lo crea y a mí me sientan bien los adjetivos, aun cuando en ocasiones pueda abusar de su empleo. Cosa que, por cierto, no sucedió en demasía en esta breve entrada.
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