Vaya novela. Dura, directa, impactante como un tiro en la frente y, al mismo tiempo, extrañamente tierna, dulce y amorosa. Una historia de amor en medio de la violencia enferma y desalmada de la ciudad de Medellín a finales de los noventa. Una oda al cinismo más saludable: aquel que ve las cosas como son y no como se quisiera que fuesen. Un canto, también, a la más espléndida y envidiable incorrección política.
La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo es, en su brevedad, un relato deliciosamente maldito, placenteramente turbador, acariciantemente cruel y despiadado. Su prosa en apariencia descuidada es un ejercicio del más estricto rigor escritural. No es una mirada a la distancia sobre una sociedad enferma por la corrupción, el crimen, la impunidad, la promiscuidad, la amoralidad, la prostitución y la droga. Por el contrario: es una inmersión en esas aguas negras y turbulentas, sucias y malolientes, para salir de ellas al mismo tiempo contaminado y purificado.
Escrita en 1999 por este autor colombiano radicado en el Distrito Federal mexicano desde hace varios años, la novela sorprende a cada página, a cada párrafo, a veces a cada línea. Ese amor entre un homosexual cincuentón y un muy joven sicario que mata por las cuestiones más nimias y absurdas es como una radiografía de lo que llegó a ser Colombia y una advertencia sobre lo que podrían llegar a ser ciudades de nuestro país (usted mencione las que guste). Cierto que no hemos llegado a ese grado de descomposición, ni siquiera en los peores momentos de Ciudad Juárez, Torreón, Culiacán, Nuevo Laredo, Tijuana o Monterrey, pero la sola posibilidad da escalofríos.
Misántropa, clasista, tremendamente sardónica y sin contemplación alguna en sus descripciones y opiniones sobre la gente "del pueblo" (la "monstruoteca" la llama en algún momento el narrador que -¿curiosamente?- lleva el mismo primer nombre del autor), La virgen de los sicarios es como la antítesis de toda la obra novelística de otro colombiano, Gabriel García Márquez. Aquí no hay barroquismos o realismo mágico, tampoco fabulaciones oníricas o pintoresquismos para turistas de la literatura. Aquí la realidad pega como la explosión de un auto-bomba en medio de un centro comercial.
Una obra fuera de serie.
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