El año pasado vi muchas películas. Sin embargo, no pisé una sola sala de cine. Me he vuelto alérgico a las mismas. La última vez que acudí a una debe haber sido en 2012 y creo que fui con Denisse al Cinemex del WTC para ver Midnight in Paris de Woody Allen. Creo.
¿Por qué ya no me gusta ir al cine, cuando durante toda mi vida fue una de mis actividades favoritas? Son varios los factores. El principal es que cada vez le huyo más a las multitudes. Jamás he sido un ser gregario y hoy lo soy menos que nunca. No llego a la misantropía: la gente me gusta, pero en pequeñas cantidades. Prefiero una reunión en petit comité que una fiesta multitudinaria; de hecho, prefiero ver a mis amistades una a una y dedicar, a cada una de ellas, toda mi atención. Pero estar con muchas personas y en su casi totalidad desconocidas, en definitiva no es lo mío. Peor en los cines, donde los espectadores suelen ser ruidosos, desconsiderados, maleducados y aparte hay que pagar una buena cantidad de dinero por estar con ellos. Añádanse malas proyecciones, sonido demasiado alto o demasiado bajo, calor agobiante o aire acondicionado que congela, asientos incómodos, etcétera. Hasta los "cortos" (hoy conocidos como trailers) no son como antes y peor con esa dosis insoportable de anuncios comerciales con los cuales muchos espectadores incluso ¡se ríen!).
Ya sé que sueno como viejito amargado, pero no es eso. Sencillamente es que, desde hace algún tiempo, decidí no ir más a los lugares en donde no me sintiera a gusto... y eso hago. ¿Que no hay como la pantalla grande para disfrutar de una película? Es relativo. Aparte de que las pantallas de las actuales salitas resultan diminutas, en especial si las comparamos con aquellas enormes pantallas que había en cines hoy desaparecidos como el Latino o el Internacional, por ejemplo.
Pasé buena parte de mi infancia y mi adolescencia acudiendo cada fin de semana al cine Tlalpan. Iba mucho al Manacar, al Diana, al Roble, al Las Américas, incluso al Linterna Mágica. Me encantaba acudir al cine Regis (me iba yo solo a ver "cine de arte" a los catorce o quince años) y cuando se inauguró la antigua Cineteca Nacional, en donde hoy está el CNA, no salía yo de la sala Fernando de Fuentes y del diminuto Salón Rojo. Sé lo que es la magia de una sala de cine, magia que se perdió tristemente con los llamados multicinemas.
Hoy veo mucho cine en la tele y sobre todo en la computadora. Gracias a Netflix, a Cuevana, a YouTube y a algunos otros sitios, incluido el flamante Mubi, veo las películas que quiero, a la hora que quiero y de la forma que quiero, sin tener que soportar a espectadores que atienden más a sus smartphones que a la pantalla, que se la pasan platicando en voz alta, que devoran nachos y palomitas y que dejan los asientos pegajosos de refresco.
Así las cosas.
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