Pocas veces me pasa que después de ver una película me quede con un sabor de boca realmente dulce, rico, y que en mis labios y en mi ánimo se dibuje una grande y simple sonrisa. Pues hoy me pasó, con la cinta francesa Les émotifs anonymes, dirigida en 2010 por Jean-Pierre Améris, una especie de fábula llena de sencillez y ternura, un cuento moderno, una historia de amor ingenuo (y en el fondo un tanto perverso) entre dos personas tímidas cuyas vidas se entrecruzan en una pequeña fábrica de chocolates en las afueras de París. La relación que se va dando entre Jean-René, el dueño de la fábrica (Benoît Poelvoorde), y Angélique, la empleada recién llegada (Isabelle Carré), esta narrada con una gracia espléndida que nos hace sonreír a cada instante. No se trata, sin embargo, de un filme bobalicón. Todo lo contrario, es una comedia romántica muy inteligente y sensible, de manufactura exquisita como los chocolates que prepara Angélique con su insospechado genio creativo. Los personajes secundarios resultan igualmente entrañables y el resultado final es esplendoroso. Más que recomendable. Está en Netflix con el título de Tímidos anónimos.
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