Entre las muchas discusiones bizantinas que se han llegado a armar alrededor de los Beatles (como la de la supuesta muerte del Paul McCartney “original” o la del papel que jugó Yoko Ono en la disolución del cuarteto), una de las más polémicas siempre fue la de quién fue “el verdadero quinto beatle". Algunos afirmaban que el honor le correspondía a Billy Preston, otros se remontaban a los orígenes del grupo y mencionaban a Stuart Sutcliffe o a Pete Best, aunque otros abogaban por Brian Epstein o incluso por el road manager Neil Aspinall). Sin embargo, no creo que haya quién le pueda disputar esa gloria a alguien que no sólo participó en la construcción del inconfundible sonido de los de Liverpool, sino que en buena parte lo creó, gracias a sus dotes como músico, productor y arreglista sin igual. Me refiero a George Martin, quien falleció este martes 8 de marzo en la ciudad de Londres, Inglaterra, a los 90 años de edad.
Martin era un hombre a quien el calificativo de genio le quedaba de manera perfecta. Sin él, es muy posible que los Beatles jamás hubiesen alcanzado las alturas a las que llegaron. En muchísimos aspectos, fungió como una especie de tutor, maestro, guía, consejero y hasta padre de los cuatro músicos, quienes confiaban en él casi a ciegas. Hombre culto, preparado, inteligente y con un gusto exquisito para la música, supo dotar al grupo de todo lo necesario para que sus composiciones se desarrollaran y se enriquecieran en grado superlativo. Sus arreglos instrumentales no tuvieron parangón y ninguna otra agrupación de la época -es decir de la segunda mitad de los años sesenta de la pasada centuria- podría presumir de contar con un sonido a la vez tan vanguardista como accesible, tan fino como espontáneo. Sabio y perspicaz, supo llevar las composiciones de John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr a un equilibrio prácticamente perfecto, sin tratar de manipularlas o de lucirse en ellas. Su papel fue siempre discreto pero al mismo tiempo imprescindible. Insisto: sin su participación, los Beatles no serían lo que fueron y lo que siguen siendo casi medio siglo después.
George Martin nació en Londres, el 3 de enero de 1926, y sirvió a la marina real de Inglaterra, como piloto aviador, de 1943 a 1947. Aunque no provenía de una familia especialmente interesada en la música, quiso aprender piano desde los ocho años de edad, pero no fue sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial que logró ingresar a la escuela de música y artes Guildhall para estudiar composición, dirección, orquestación y teoría musical, tomando al oboe como su segundo instrumento. Para sostenerse, trabajaba para el departamento de música clásica de la BBC de Londres.
En 1950 fue invitado a integrarse al sello Parlophone que por aquel entonces formaba parte de la disquera EMI y le tocó experimentar la transición de los viejos y pesados discos de 78 revoluciones a los novedosos LP y EP de 33 y 45 revoluciones respectivamente. No tardó en darse cuenta de la importancia de este cambio tecnológico, sobre todo en cuanto al uso de las extraordinarias cintas magnéticas que permitían grabar de una manera más avanzada y llena de posibilidades. Su labor resultó tan notable que para 1955 fue nombrado director de Parlophone y el sello fue cobrando una mayor importancia, sobre todo con las grabaciones “habladas” del cómico Peter Sellers, en un antecedente de lo que hoy conocemos como stand up comedy.
Pero fue en el verano de 1962 que sucedió el momento mágico, cuando un oscuro cuarteto de la ciudad de Liverpool que acababa de ser rechazado por Decca, acudió a Parlophone para efectuar una audición. Martin lo escuchó y no dudó en contratarlo. A partir de ese momento, todo habría de cambiar en la historia de la música popular del mundo entero.
Era el productor que necesitaban los Beatles y era el grupo que necesitaba él para desarrollar, ambas partes, todo su potencial artístico y creativo. Lo que vino a continuación es de todos conocido. De 1962 a 1969, durante siete fructíferos y esplendorosos años, George Martin produjo trece álbumes del cuarteto (sólo estuvo ausente en el Let It Be de 1970, semiproducido por Phil Spector) y aunque respetó las canciones que escribían Lennon y McCartney y más tarde Harrison y el propio Ringo, sus cambios y sugerencias las revistieron de luz y color. Trabajaban en equipo, pero la dirección de Martin resultó esencial y sus arreglos siempre dieron en el clavo. Ahí están el cuarteto de cuerdas en “Yesterday”, el corno francés en “For No One”, el clavicordio en “In My Life” o las instrumentaciones de “Penny Lane” y “Strawberry Fields Forever” como muestras de su finísimo talento, para no hablar de la majestuosa producción de esa piedra de toque en la historia del rock que es el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de 1967.
George Martin trabajaría con otros músicos y hasta en algunos de los discos solistas de los ex Beatles, pero nunca lograría la magnificencia que consiguió en la virtuosa trecena discográfica de 1962-1969. Su vida fue rica y fructífera, llena de honores y reconocimientos (incluso fue investido con el título de Sir por la reina Isabel), una vida de nueve décadas tan admirable como entrañable.
(Publicado en "Acordes y desacordes", el sitio de música de la revista Nexos)
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