miércoles, 1 de agosto de 2018

El animal moribundo

No es una de las novelas más valoradas de Philip Roth. Sin embargo, a mí me pareció estupenda. David Kepesh, personaje recurrente en algunas obras del escritor (como El pecho o El profesor del deseo), aparece aquí a sus cerca de 70 años de edad, para narrar una experiencia que tuvo a los 62, cuando siendo profesor de literatura se enamora perdidamente de una de sus alumnas, Consuelo Castillo, bellísima y sensual joven de origen cubano que a pesar de sus limitaciones como amante, hace que él enloquezca de deseo y pasión por ella.
  Hay quienes lo consideran un libro cercano a la pornografía, pero nada más alejado y limitado que verlo de ese modo. El animal moribundo (2001) -también conocido como Elegía, debido a la película del mismo nombre (2008), basada en la novela y protagonizada por Ben Kingsley y Penélope Cruz- es mucho más que un relato erótico -que sí lo es-, pues profundiza en temas como los celos, los amores imposibles, los prejuicios sociales, la hipocrecía, la infidelidad, el cinismo, el arte, la música, el sexo, la enfermedad y la muerte. Es una historia narrada con humor negro que termina en inesperada tragedia.
  Escrita con la habitual maestría de Roth, la novela se deja leer con vértigo y, sí, hasta con cierto morbo. Un morbo elegante e inquietante que mueve el piso y nos pone a reflexionar sobre la estupidez de tantos convencionalismos moralistas que nos atan y nos limitan, en especial ahora, en estos tiempos de corrección política a ultranza y de gobiernos que quieren imponer absurdas constituciones morales.
  Quizá no esté a la altura de obras como El lamento de Portnoy, Cuando ella era buena o Pastoral americana, pero este The Dying Animal es un libro crudo, duro y sin concesiones. Sólo por eso vale la pena leerlo. Por eso y por muchas otras cosas que cada lector tendrá que ir descubriendo.

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