sábado, 23 de febrero de 2013

Del Mosh al Chómpiras

El lumpenactivismo universitario se está chespiritizando. A su confusión ideológica (por llamarla de algún modo), sus limitaciones doctrinarias, su dogmatismo infantiloide y su primitivismo político, habrá que añadir su chespiritización, esa que va del reinado absolutista del Mosh, a fines del siglo pasado, al fársico mandato del Chómpiras, un personaje que ni siquiera puede ostentar los blasones académicos que tenía el vocalista del grupo de punk Atoxxxico (me refiero a Alejandro Echevarría, el mencionado Mosh, quien a principios de los años noventa cantaba con dicha agrupación punketa y fue un alumno tan brillante que alguna vez recibió la medalla Gabino Barreda de la UNAM por su excelencia académica en la carrera de Sociología).
  Aunque se trata de un sector absolutamente minoritario de estudiantes, quienes semanas atrás tomaron las instalaciones de la dirección del Colegio de Ciencias y Humanidades y trataron de incendiarlas, para luego mantenerlas en su poder durante varios días, representan a un activismo que responde a dogmas de un infantilismo izquierdoso que no deja de asombrar por su fanatismo cerril.
  Uno querría pensar que al tratarse de universitarios, privilegiaran el diálogo y el intercambio de ideas por encima de la acción (peor aún: de la acción violenta) y sin embargo no es así. Influidos por una visión maniquea y de tintes cuasi religiosos, estos grupos plantean algunas demandas absurdas (como esa de no querer clases de inglés, el idioma del imperio) y otras que mueven a la sospecha (que no se cierren las tienditas donde se expenden dulces… y otras sustancias no tan azucaradas). No hay argumentaciones sólidas, sólo demandas de cuatro palabras y peticiones que se saben incumplibles.
  Como personajes de Chespirito, el Chómpiras y sus adláteres moverían a la risa, de no ser porque representan aspectos de la vida nacional con un fondo trágico, en especial el pésimo nivel educativo que existe en el país. Ellos son producto de ese sistema. Son una de las consecuencias perversas de la educación en México.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).

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