domingo, 10 de febrero de 2013

The Cure y el rock hecho en México

El chiste surgió espontáneo. Platicaba con unos amigos acerca de la próxima visita de The Cure a México y hablábamos sobre las virtudes y carencias de su líder sempiterno, el peculiar Robert Smith, cuando se me ocurrió decir: “Lástima que siempre ha querido imitar a Saúl Hernández”. Todos rieron de buena gana, pero en esa ironía se esconde una verdad que marcó al rock nacional a finales de la década de los ochenta del siglo pasado. No que Smith hubiese querido imitar a Hernández, por supuesto (de hecho desconozco si el británico habrá escuchado en alguna ocasión al mexicano), sino precisamente lo contrario.
  Remontémonos a 1986, cuando surgió esa que más que una corriente musical fue una marca claramente comercial: Rock en tu idioma, patrocinada por la hoy ya desaparecida disquera BMG Ariola. Para ese entonces, The Cure, surgido en Crawley, Inglaterra, diez años atrás, ya había grabado siete álbumes (Three Imaginary Boys, 1979; Boys Don’t Cry, 1980; Seventeen Seconds, 1980; Faith, 1981; Pornography, 1982; The Top, 1984 y The Head on the Door, 1985) y su sonido melancólico, oscuro, con la voz llena de angustia de Robert Smith, era un sello que se consolidaría con sus dos siguientes discos: Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me (1987) y la que para muchos es su obra maestra: Disintegration (1989).
  El movimiento de rock gótico o dark que por ese entonces encabezaban bandas como Siuoxsie and the Banshees, Love and Rockets, The Sisters of Mercy, Cocteau Twins, Human Drama e incluso, de alguna manera, Depeche Mode y el propio The Cure, tuvo una gran influencia en todo el mundo y en México, en particular, donde era muy difundido por la estación radiofónica Rock 101, pegó en ciertos sectores juveniles de la clase media urbana. De ahí que comenzaran a aparecer grupos mexicanos de rock darky, algunos de los cuales fueron adoptados (y adaptados) por el naciente negocio que habría de ser Rock en tu idioma. De ese modo, agrupaciones y solistas que hasta ese momento pertenecían a la escena oscura y pretendidamente underground, firmaron gustosos con una disquera que les prometía grabaciones más o menos decentes y una buena difusión de su música. Proyectos como Alquimia, Neón, Santa Sabina y Caifanes, entre varios más, pasaron a formar parte del catálogo de BMG Ariola.
  Los dos últimos mencionados fueron quizá los que en un principio abrazaron con mayor pasión la causa gótica. Musicalmente, Santa Sabina y Caifanes resultaban muy diferentes. Los primeros lograron desde el principio un sonido particular que de alguna manera los hacía escucharse originales y muy diferentes a cualquier banda dark inglesa o estadounidense.
  Caifanes, en cambio, cuando menos en sus dos primeros discos (e incluso antes, desde que era Las Insólitas Imágenes de Aurora) no ocultó su gusto por imitar abiertamente a The Cure y no sólo en su música, sino en la manera de vestir, de cortarse el cabello, de maquillarse, hasta de moverse en el escenario. Para muchos de sus fanáticos (en el más estricto sentido de la palabra), su lider, Saúl Hernández, era “el Robert Smith mexicano” y lo decían con orgullo, sin afán de crítica alguna, sin la intención de parodiar. No sé a ciencia cierta si a Hernández le agradaba la comparación. Sin embargo, lo que sí resulta obvio es que lo tenía como modelo físico (para comprobarlo, basta con ver las fotos de Caifanes en 1988) y sobre todo vocal (el timbre angst de Hernández le debe muchísimo al de Smith y para comprobarlo, basta con escuchar cualquier disco de Caifanes –no sólo el de 1988– o Jaguares).
  Lo curioso es que el estilo de cantar de Saúl Hernández, tomado de Robert Smith, sería imitado a lo largo del tiempo por otros vocalistas mexicanos y ahí están, como dos pruebas vivientes, los cantantes (es un decir) de grupos como Porter y Capo. De hecho, cuando dirigía yo la revista La Mosca en la Pared, con frecuencia recibía demos de agrupaciones de varias partes del país. En las cartas que solían acompañarlos, me decían que el suyo era un sonido original, único, algo jamás oído. Sin embargo, los escuchaba y en su inmensa mayoría contaban con un vocalista que intentaba imitar la voz de Hernández (quien imitaba a su vez a…).
  Así pues, The Cure no vendrá a territorio ajeno cuando se presente en México en unas semanas. Miles de caifanófilos (y otros que no lo son) estarán en el Foro Sol para escuchar sus estupendas canciones que, de ser alguna vez oscuras y subterráneas, hoy son parte integral del mainstream de la música pop. Caprichos del tiempo y del destino.


Cinco discos fundamentales de The Cure

Three Imaginary Boys
(Fiction, 1979)
Un disco debut que para muchos seguidores de The Cure es su primer y último gran trabajo. El grupo se encontraba en sus inicios y su inmadurez creativa funcionó de manera paradójica, para producir un álbum lleno de energía, a pesar del estilo ligeramente pop del entonces cuarteto. No hay composiciones que inviten a la introspección oscura. Todo es simple, pero funciona.

Pornography
(Elektra, 19829)
Hiperdepresivo, con una visión negrísima de la realidad, Pornography tardó mucho tiempo en ser considerado seriamente por la crítica. No obstante, el disco está considerado hoy como una de las piezas clave del rock gótico de los años ochenta. Se trata de un trabajo excelente, si bien no alcanza los niveles de obra maestra que algunos le conceden de manera un tanto acrítica.

Kiss Me Kiss Me, Kiss Me
(Elektra, 1987)
Posiblemente el disco más comercial de The Cure, un álbum doble que persiste en la vena del pop rock pero  se adentra en géneros como el soul y el funk y amplia las posibilidades instrumentales mediante la adición de metales, cuerdas, percusiones y un más notorio uso de las guitarras. Tal vez no sea una obra de calidad uniforme, pero están aquí algunas de las grandes canciones del grupo.

Disintegration
(Elektra, 1989)
Un disco prácticamente perfecto, sin fisuras, la síntesis de todo lo que la agrupación había experimentado e intentado en lo musical y en lo letrístico, a lo largo de los ochenta. The Cure jamás sonó tan integrado, tan compacto y a la vez tan fresco y sorprendente. Una obra profunda e introspectiva, menos cargada a las explosiones optimistas y más inclinada a la oscura angustia que permeó a otros álbumes del grupo.

Bloodflowers
(Fiction, 2000)
El álbum que completó la trilogía iniciada con Pornography y continuada con Disintegration. Una vuelta de tuerca, un retorno al estilo clásico de The Cure. Aquí el pop quedó atrás y volvieron la oscuridad y el desgarramiento. Bloodflowers muestra a una banda sólida que se permite largas incursiones instrumentales por territorios ominosos. El disco que los viejos seguidores del grupo esperaron a lo largo de los noventa.

(Publicado hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario).

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