Surgida en 1996, cuando sus cuatro miembros fundadores se juntaron para compartir “el gusto por el groove y la música original sin moldes”, la agrupación ha mantenido una propuesta muy ligada al acid funk, con múltiples elementos del jazz, el rock, la electrónica y la llamada world music.
Miguel Haller (batería y percusiones), Aldo Max (sax, teclados), David López (guitarra) y Paul Spalla (bajo) han sido esos cuatro mosqueteros al frente de Los Músicos de José, mientras que otros músicos han ido y venido a lo largo de estos diecisiete años de existencia, en los cuales han producido apenas tres álbumes en estudio.
El más reciente, Quasianimal, apareció a fines del año pasado y en verdad vale mucho la pena. Ecléctico, abierto, propositivo, rico en paisajes musicales y en experimentaciones estilísticas, presenta como novedad el uso de la voz humana (ya sea hablada, en forma de coros o en vocalizaciones hip-hoperas como la del tema “El clan”), así como de cuerdas, scratches e incluso el sonido de una licuadora.
La energía funkie de la banda –cuya formación actual se complementa con Ángel Leal (trompeta), Paquito Gómez (sax tenor) y Gerardo Banaldrano (percusiones)– queda patente en los doce cortes (dos de ellos bonus tracks) que conforman a Quasianimal.
Con el mismo poderío que mostró en sus dos producciones discográficas anteriores (Los Músicos de José, 2005, y Chicotito Groove, 2008), el septeto vuelve por sus fueron con temas tan buenos y disfrutables como “Moogy One, “Ula Ula”, “Funky Fuzz”, “El ablandador”, “Perdidos en Rajasthan”, “Rock Juice” o la homónima “Quasianimal”.
Los Musicos de José constituyen una propuesta fina, fresca y creativa y en este, su flamante nuevo disco, no hacen más que demostrarlo.
(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡Hey! de Milenio Diario).
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