El mundo católico se encuentra conmocionado por la renuncia del Papa Benedicto XVI, un pontífice que sin embargo jamás prendió en el ánimo popular, sobre todo después del arrastre que tuvo su antecesor, Karol Wojtyla.
De los seis papas que me han tocado (Pío XII, Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y el propio Benedicto XVI), Joseph Ratzinger es sin duda el menos carismático. Su personalidad seca y dura (es algo así como el Tuca Ferretti de la Iglesia) no conmueve y posiblemente será más recordado por el hecho de su sorpresiva abdicación que por su trascendencia como sucesor de San Pedro.
La historia de los papas tiene mucho de fascinante y cuenta con las mismas dosis de altas y bajas pasiones que la de los emperadores, los reyes y toda clase de mandatarios. Intrigas palaciegas, luchas mortales por el poder, odios intrincados, rivalidades sin tregua van de la mano con actos heroicos, altruismos y una sincera vocación de servicio. Es decir que, a lo largo de veinte siglos de historiografía papal, ha habido de todo: desde villanazos temibles como Sergio III (quien a principios del siglo X mandó degollar y estrangular respectivamente a sus antecesores León V y Cristóbal I) o Alejandro VI (el famoso Papa Borgia, cuya leyenda negra es ampliamente conocida), hasta personajes preocupados por el bienestar de los trabajadores, como León XIII (creador de la encíclica Rerum Novarum en 1891) o por la paz del mundo, como Benedicto XV, quien jugó un papel fundamental en el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial.
Entre los misterios sospechosistas más recientes del papado están el de la súbita y extraña muerte de Juan Pablo I, cuyas ideas renovadoras parecieron asustar a la alta jerarquía vaticana y cuyo reinado duró escasos treinta y tres días (¿hubo conspiración en su contra?), y el de la renuncia de Benedicto XVI, debida oficialmente a problemas de edad y de salud, aunque ya se empieza a rumorar que ha sufrido demasiadas presiones por parte de ciertos cardenales grillos.
Como quiera que sea, antes de Semana Santa tendremos nuevo Papa y los momios (no me refiero a ciertos obispos) están abiertos. Que Dios nos coja confesados.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).
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