"Es fácil odiarme. Mi insensibilidad no se detiene prácticamente ante nada", decía Frank Zappa con esa sardónica actitud que lo caracterizó siempre. Sin embargo, parafraseando a Julio Cortázar, muchos podríamos afirmar: “Queremos tanto a Zappa”. Y digo muchos, en masculino, porque por alguna extraña razón que tras largos años no logro dilucidar todavía, hay algo en la música del buen Frank que repele a las mujeres. Creo que fue Xavier Velasco quien alguna vez escribió que si un aficionado zappiano se casa, lo primero que tiene que hacer es guardar sus discos bajo llave y resignarse a no volver a escucharlos, al menos mientras dure su matrimonio.
Descubrí a Frank Zappa hace muchísimos años, a finales de los sesenta, siendo un adolescente. Mi hermano mayor compró la edición mexicana en vinil de Mothermania (mucho después sabría yo que se trataba de una recopilación de los álbumes Freak Out y Absolutely Free) y lo primero que llamó mi atención fueron la portada y las fotografías de las horrendas dentaduras de los diferentes integrantes de The Mothers of Invention. Pero eso nada fue comparado con lo que experimenté al escuchar por primera vez aquella música que jamás en mi vida había llegado a mis oídos. Recuerdo a la perfección el momento en que oí la abridora “Brown Shoes Don’t Make It” y el asombro que me causó. Quedé prendado al instante y desde entonces no he dejado de ser un fiel seguidor de la obra zappiana. Más de treinta años de idilio con discos como We’re Only in It for the Money, Hot Rats, Apostrophe’, Overnite Sensation, The Man from Utopia o The Best Band You Never Heard in Your Life -entre muchos otros trabajos de una discografía que supera los sesenta álbumes- significa bastante más de media vida de oír, absorber, profundizar y tratar de comprender el genio creativo de uno de los tipos más brillantes, inteligentes y adelantados que dio la música del siglo pasado.
A pesar de su estilo casi siempre bizarro y delirante que podría indicar que Zappa consumía cualquier cantidad de drogas, no deja de sorprender el hecho de que el hombre fuera totalmente abstemio y que incluso prohibía a sus músicos el consumo de estupefacientes. Es este otro de los puntos admirables del creador de The Perfect Stranger, más aún en una época como la actual, en la que numerosas personas siguen creyendo que las drogas resultan esenciales para crear e incluso para vivir. Frank Zappa es la demostración palpable de que las cosas no son necesariamente así. Vayan para él nuestro recuerdo y nuestro homenaje, a diez años de su partida.
(Mi editorial "Ojo de Mosca" en la edición 77 de La Mosca en la Pared, publicada a fines de 2003).
1 comentario:
¡Yo tengo ese ejemplar! :') de los pocos que llegaban a mi pueblito.Besitos azucarados,Hugue
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