Desde hace casi cuatro décadas, Víctor Roura es uno de los editores culturales más controvertidos, discutidos, criticados, queridos, aborrecidos, vilipendiados, imitados, repudiados y reconocidos del periodismo mexicano. Su labor en diferentes diarios y revistas, pero sobre todo como editor de la sección de cultura de El Financiero (en 2013 cumplirá veinticinco años en ese cargo), lo ha convertido en un personaje emblemático y en un promotor y defensor de la cultura en los medios impresos. Pero de una cultura vista con ojos críticos y sin complacencias.
Por las páginas de dicha sección han pasado centenares de plumas, en su gran mayoría de espléndida calidad, y gente como Jorge Ayala Blanco, Juan Domingo Argüelles y Eusebio Ruvalcaba, por mencionar sólo tres nombres notables, sigue siendo parte del equipo de colaboradores casi desde la fundación del periódico.
Con Roura no parece haber medias tintas y él mismo tampoco las propicia. Pocos permanecen indiferentes ante su nombre: se le ama o se le odia, se le admira o se le infama. La lista de sus enemigos (esa es la palabra) dentro del periodismo nacional de los más recientes veinte años es mayor que la de sus amigos, pero eso no es algo que al parecer le quite el sueño, tal como lo denota su más reciente libro, El apogeo de la mezquindad (Lectorum, 2012), un grueso tomo de cerca de cuatrocientas páginas en las cuales revela al lector no sólo ideas, pensamientos e ideales, sino hechos, acontecimientos y anécdotas que le dan un sabor muy especial a la obra.
¿De qué trata El apogeo de la mezquindad? De una y de muchas cosas. Básicamente es un libro sobre periodismo. Sin embargo, es también una denuncia sobre las maneras como ese periodismo se hace y se deshace, se construye y se prostituye, sobre todo en México. Es un caudal de datos de pronto un tanto espeso, pero, asimismo, es un desbordado río de vivencias (muchas de ellas con nombres propios) que lo convierten en un sabroso y revelador anecdotario. Finalmente –y en ello estriba quizás el mayor valor del libro–, es un fuerte alegato a favor del periodismo cultural, una defensa apasionada de ese género cada vez más despreciado dentro del diarismo nacional.
Si se tratara de una novela, El apogeo de la mezquindad tendría a tres héroes principales: Ryszard Kapuscinski, Miguel Ángel Granados Chapa… y el propio Víctor Roura. Villanos, en cambio, tendría muchísimos, de todos los sabores y colores.
Roura cita varias veces a Kapuscinski, en especial para remarcar la incompatibilidad que debe existir entre cinismo y periodismo. No obstante, señala que en nuestro país tal incompatibilidad no se da y que los periodistas cínicos abundan por todas partes: “de haber sido mexicano (a Kapuscinski) le hubiera sido imposible desplegar sus alas. Los que decían adorarlo, cada vez que venía al país para hacer temblar con sus palabras a los timoratos que se disfrazan de periodistas, habrían sido justamente los que lo hubieran negado por su desparpajada independencia y solvencia crítica”.
A Granados Chapa le dedica una veintena de páginas para retratarlo, de manera emocionada y sincera, como un periodista ejemplar y de una sola pieza. En cuanto a sí mismo, el autor aparece como protagonista de múltiples hechos a lo largo del volumen, casi siempre en calidad de personaje recto, incorruptible, idealista y no pocas veces víctima de sus congéneres.
Conozco a Víctor Roura desde hace más de dos décadas. Colaboré con él, en El Financiero, durante seis años (de 1991 a 1997) y sé que lo que cuenta es sincero. Que es su verdad y su manera de ver las cosas. Pienso, sin embargo, que al leer el libro, sus malquerientes (en especial aquellos cuyos nombres aparecen aquí) lo acusarán de moralista, de sentirse puro e inmaculado. Es un riesgo que él siempre ha corrido y veo que esta vez ha decidido correrlo de nuevo.
Porque los villanos en El apogeo de la mezquindad son muchísimos. Saltan y resaltan por diferentes partes del texto y no quedan muy bien parados nombres que van de Julio Scherer García a Fernando Benítez y de Carlos Payán a René Avilés Fabila, pasando por Braulio Peralta, Pablo Espinosa, Antonio Helguera, El Fisgón, Armando Ponce, José Carreño Carlón, Xavier Velasco y muchos más.
De Velasco, por ejemplo, es famoso el incidente en el cual amenazó con golpear a Roura y cómo finalmente cumplió su amenaza. Aquí se narra paso a paso cómo sucedió aquello, igual que cuenta Víctor la forma como su equipo de reporteros en La Jornada le dio la espalda y propició su despido de ese diario.
Por momentos apasionante, por momentos un poco denso, por momentos tremendamente divertido, El apogeo de la mezquindad es un libro que vale mucho la pena. Una reflexión necesaria sobre nuestro periodismo y muchas de sus taras.
(Publicado el día de ayer en el suplemento cultural Laberinto de Milenio Diario).
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