viernes, 9 de agosto de 2013

El rock triste de The National

Hace poco más de un año, escribía en este mismo espacio acerca de Tindersticks y su entonces reciente álbum The Something Rain (Constellation, 2012) y los señalaba como hacedores de ese rock triste, melancólico y sombrío del que abrevan otros grupos y solistas como Cousteau, The Divine Comedy, American Music Club, Pulp, Nick Drake o Jeff Buckley. En esa ocasión, me faltó mencionar a The National.
  A pesar de su más o menos reciente existencia, The National ha logrado generar un culto alrededor no sólo de su música y sus letras, sino de la propia imagen que proyecta. Su líder y vocalista, el singular Matt Berninger, se ha convertido en una especie de divo indie (por decirlo de alguna manera), gracias a su elegancia a la Bryan Ferry y su característica voz de barítono.
  El quinteto surgió en Brooklyn, Nueva York, a fines del siglo pasado, y está conformado, curiosamente, por dos parejas de hermanos: Scott y Bryan Devendorf (bajista y baterista) y Aaron y Bryce Dessner (ambos guitarristas). Ellos cuatro construyen el marco instrumental perfecto para la voz de Berninger y dan ese sello tan particular que distingue y hace inconfundible a The National y su rock triste.
  Con cinco discos anteriores a este año en su haber –The National (2001, un álbum debut excepcional), Sad Songs for Dirty Lovers (2003, vaya título magnífico), Alligator (2005, otro trabajo excelente), Boxer (2007, muy probablemente su obra maestra) y High Violet (2010, gran plato)–, el quinteto arriba a 2013 con su sexto opus, una grabación que sin llegar a las alturas de Alligator o Boxer, no desmerece en absoluto y presenta algunas novedades en la música de los neoyorquinos.
  Trouble Will Find Me (4AD) es un disco cálido pero angustiado, dulce pero ansioso, conmovedor pero desesperado, bello pero lleno de demonios y de exasperación, casi dostoievskiano, una obra que hace honor a la vulnerabilidad humana y a la insignificancia de esos sentimientos a los que solemos dar una importancia sobredimensionada y desmedida.
  Desde el corte abridor, “I Should Live in Salt”, sabemos a qué nos enfrentamos. Se trata de una canción que tiene mucho de plegaria, de oración melancólica pronunciada desde la soledad. Una belleza sin ternura.
  “Demons”, por su parte, es más como un mantra (“estoy enamorado secretamente de todos aquellos con quienes crecí”), un tema intenso, gracias al manejo majestuoso de la batería de Bryan Devendorf, cuyo instrumento vuelve a brillar en “Don’t Swallow the Cap”, una melodía ligeramente –sólo ligeramente– más soleada y ¿optimista? La voz de Matt Berninger mantiene ese tono mántrico e intenso, casi como si en lugar de cantar susurrara. Pero es un susurro relativo, melódico, profundo. Triste.
  “Fireproof” es un gran tema, tan intenso aunque con menos majestad que “Sea of Love”,  una canción suntuosa y con una pared de sonido que la aproxima al noise rock. Mientras tanto, “Heavenfaced” regresa al disco al tono cuasi religioso, en uno de los cortes más íntimos y hermosos del mismo.
  La segunda parte de Trouble Will Find Me no pierde intensidad pero se vuelve quizás un tanto más inasible, como lo demuestra “This Is the Last Time”, una composición armónicamente vaga, aunque con un final delicado (cuerdas incluidas). “Graceless” es una pieza magnífica que sorprende por su beat cuasi ochentero, mismo que nos remite musicalmente a grupos como A Flock of Seagulls o Modern English, aunque la vocalización tiene más de Depeche Mode. Grandiosa.
  “Slipped” contrasta por su minimalismo instrumental, si bien mantiene inalterada la hermosura melancólica del disco, mientras que “I Need My Girl” navega en mares más procelosos en este ruego que mantiene la serenidad en la superficie, aunque oculte una angustia honda, angustia que aflora a plenitud en la tristísima “Humiliation”.
  El álbum culmina con dos grandes canciones: la exultante “Pink Rabbits”, en la que vislumbramos algunos destellos de alborozo, y la emotiva “Hard to Find”, casi un himno que nos remite necesariamente a U2 y al estilo interpretativo de Bono en sus mejores momentos. Sin embargo, al aliento entusiasta de los irlandeses, estos nativos de Brooklyn oponen su imbatible pesimismo y, sí, el dejo triste que parece jamás abandonar a su música.
  ¿Estamos entonces frente a una obra deprimente o, peor aún, depresiva? No precisamente. De hecho, luego de escucharlo, el disco deja un sabor melancólico mas paradójicamente esperanzador. Tal vez se deba a la calidad artística de The National, una de las agrupaciones más interesantes de la escena actual.
  Si los problemas nos encontrarán que sea con música tan buena como esta.

(Texto publicado este mes en la sección de música de la revista Nexos).

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