Me entero de la renuncia, la semana pasada, de Víctor Roura a la sección de cultura del diario El Financiero, misma que dirigió a lo largo de veintincinco años y en la que colaboré, gracias a su generosidad, de 1991 a 1997. La noticia me tomó por sorpresa, al igual que a mucha gente. Sabía que el periódico había sido vendido recientemente y que había recibido una fuerte inyección de dinero y pensé que eso redundaría en una mejoría de la propia sección cultural (por ejemplo, que le volvieran a dar las páginas que tenía cuando yo escribía en ella). Sin embargo, no fue así. A Víctor le quisieron imponer nuevas políticas (una de ellas, al parecer, la reducción en el tamaño de los textos) y no aceptó, por lo que presentó su renuncia, decisión que debe haberle costado mucho tomar.
Mi experiencia como colaborador de Roura se dio en un momento de gran auge de la sección y me tocó compartir páginas con gente como Jorge Ayala Blanco, Eusebio Ruvalcaba, Juan Domingo Argüelles, José Felipe Coria, Jorge R. Soto, Fedro Carlos Guillén, Federico Arana, César Güemes y muchas plumas brillantes más. Al final, tuve algunas diferencias con Víctor y sencillamente dejé de escribir ahí. Nos distanciamos a lo largo de quince largos años, aunque me mandó entrevistar en tres o cuatro ocasiones, especialmente por cuestiones relacionadas con La Mosca. Nos reencontramos a mediados del año pasado en Pachuca, en un homenaje a Federico Arana, en el que compartimos una mesa redonda, y ahí de algún modo nos reconciliamos. Tanto así que me invitó a publicar en la colección Cuadernos del Financiero (en septiembre apareció ahí mi libro recopilatorio de reseñas de discos de rock Cerca del precipicio) y también a platicar con sus alumnos en un curso sobre periodismo que estaba dando en el Museo León Trotsky de Coyoacán.
Creo que la salida de Víctor Roura de la sección cultural del Financiero es una pérdida muy sensible, dada la importancia de dicha sección durante un cuarto de siglo. No sé cuáles sean los planes que tenga él para de aquí en adelante. Lo llamé por teléfono para saber cómo está y lo sentí sereno, aunque lógicamente triste y desencantado. Le extendí la invitación para escribir en la Mosca y me pidió un tiempo para considerarlo. Ojalá se decida a colaborar con nosotros.
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