Está claro: el Distrito Federal se convirtió en una ciudad sin ley. Ello quedó más que evidente este miércoles 2 de octubre, cuando buena parte del Centro Histórico de la urbe se transformó en campo de batalla en el que grupos violentos pudieron hacer y deshacer a sus anchas, sin que las llamadas fuerzas del orden pudieran intervenir debidamente para detenerlos. Es verdad que, al contrario de ocasiones anteriores –cuando anarcopunks o sectores radicales de la CNTE agredieron con absoluta impunidad a la policía, mientras ésta no hacía otra cosa más que tratar de protegerse con sus escuditos–, esta vez los granaderos respondieron con cierta beligerancia, sólo para que en las redes sociales aparecieran varios videos que mostraban a algunos de ellos como abusivos agresores.
Es decir, si veinte anarcopunks patean en el suelo a un policía o hacen arder sus ropas con una bomba molotov, nadie se indigna en dichas redes. En cambio, si un gendarme fuera de sí agarra a cascazos a algunos detenidos, el grito de “¡represión, represión!” no se hace esperar y hasta las comisiones de derechos humanos intervienen para denunciar al furioso uniformado y generalizar para decir que los polis todos actuaron como bestias (cuando, francamente, en numerosos videos se ven más bestias los del otro lado).
Alguien escribió en facebook que lo del pasado miércoles puede compararse con lo sucedido cuarenta y cinco años atrás en Tlatelolco, lo cual sería como equiparar a un charquito con la mar océano. Para empezar, en 1968, los manifestantes no atacaron a las autoridades. En cambio, hubo un grupo paramilitar, el tristemente célebre Batallón Olimpia, que abrió fuego contra una multitud inerme y contra los soldados ahí presentes, quienes respondieron a la agresión y causaron que mucha gente cayera en medio del fuego cruzado. Aquello fue un infierno en el que hubo decenas de muertos; lo de hace tres días, apenas una serie de escaramuzas con algunos pocos heridos de ambos bandos. Escaramuzas que, sin embargo, muestran al DF como un territorio fuera de la ley, en el que no se siente el peso de la autoridad que elegimos en julio de 2012. Me pregunto hasta cuándo.
(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario).
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