Si Lou Reed hubiese fallecido a los veintisiete años, como algunos colegas suyos de la misma generación (Janis Joplin, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Brian Jones), seguramente tendría el mismo halo de leyenda que ellos, pero nos habría privado de una obra tan rica como extensa, desarrollada a lo largo de más de cuatro décadas febriles y fructíferas. Porque si bien con The Velvet Underground, al lado de John Cale, Sterling Morrison y Maureen Tucker, con Andy Warhol como su propulsor, había logrado conformar a una agrupación que hoy es mítica, su carrera como solista fue tanto o más importante.
Nacido en Brooklyn, Nueva York, en 1942, Reed acaba de dejarnos este domingo 27 de octubre, a la edad de setenta y un años, víctima al parecer de un problema hepático. Su muerte nos tomó por sorpresa, a pesar de que ya llevaba un buen tiempo enfermo. Ahora sólo queda recordarlo y la mejor manera de hacerlo es acudir a su música y a sus letras, para rememorarlas y recrearse con ellas o, en caso contrario, para conocerlas y entrar a un mundo sórdido y crudo, a la vez que lleno de profundidad y belleza.
Lou Reed fue un cronista del lado salvaje de la gran ciudad. Su temática hablaba de sexo, drogas, miseria, dolor, pero también de amor, mujeres, amistad y vida cotidiana. Su música era simple, sin complicaciones, básica, un rock directo y sin florituras o prodigios virtuosos. Fue un punk mucho antes de que existieran los punks. Un trovador contracultural, un rebelde, un innovador, un artista en toda la extensión de la palabra.
Muchas de sus composiciones se convirtieron en clásicas y lo mismo puede decirse de varias de sus obras discográficas. Ahí están canciones como “Sweet Jane”, “Heroin”, “Satellite of Love” y “Walk on the Wild Side” o álbumes como Transformer, Berlin, Rock N’Roll Animal y New York, como una muestra de su vasto acervo.
El fallecimiento de Lou Reed entristece, sin duda. No obstante, el hombre vivió a plenitud y creó una obra que trascendió y seguirá trascendiendo por largo tiempo. Fue un transformador, un animal del rock n’ roll. Por ello, nada mejor que una sonrisa cómplice en su memoria.
Goodbye, Lou.
(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario).
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