Ya desde 2007, con el disco Metropolis, Suite I: The Chasse (Wondaland Arts Society), un EP dividido en cinco partes que en conjunto apenas rebasaban los diecisiete minutos de duración, Janelle Monáe se reveló como una compositora, cantante y multifacética creadora musical de alcances prácticamente ilimitados. Tenía apenas veintidós años de edad y aunque sólo unos cuantos repararon en su pequeña obra discográfica inicial e iniciática, varios comenzaron a seguirla y a prestar atención a su talento desbordado, su inventiva delirante y esa notable versatilidad que le permitía abordar con asombrosa naturalidad una gran cantidad de géneros y subgéneros. Había que rendirse ante una artista excepcional y que mucho tenía de visionaria.
Tres años más tarde, lo que sembrara con aquel EP floreció y dio sus frutos con el larga duración The ArchAndroid (Bad Boy/Wondaland, 2010), uno de los álbumes más impactantes de lo que va del siglo y un compendio de géneros perfectamente ensamblados a lo largo de las suites II y III de ese concepto monumental que es Metropolis.
Cercana a cantantes y autoras tan sofisticadas como Erykah Badu y Me’Shell NdegéOcello, Monáe ha sabido dotar a sus composiciones de una pasmosa complejidad musical. Su voz posee tal variedad de timbres, tal maleabilidad y tal alcance que es capaz de llegar a los máximos extremos vocales sin sonar excesiva.
En The ArchAndroid, quedó claro que a Monáe no le interesa encasillarse en género alguno y que si bien sus raíces se afincan en la música tradicional y contemporánea de los negros estadounidenses (desde el blues y el gospel, hasta el soul, el rhythm n’ blues, el funk y el hip-hop), sus ambiciones van más allá para abrazar al alt-rock, el jazz, el folk, la psicodelia, el pop, el avant garde y la música orquestal de corte sinfónico, entre otras corrientes (hay quienes han querido emparentarla con Lady Gaga y hasta la han llamado, absurdamente, “la Gaga de color”, pero ello resulta casi tan absurdo y disparatado como querer equiparar, digamos, a Justin Bieber con Jack White).
Vale la pena detenerse en The ArchAndroid, ya que fue con ese álbum que Monáe se estableció como una autora e intérprete total, es decir, como una creadora capaz de abarcar una gama musical de enormes alcances, lo cual queda más que claro con el solo expediente de escuchar esa obra de proporciones asombrosas.
Como compositora, va de lo sinfónico (“Suite II Overture”) a un tema de absoluta sensualidad y propiedades hipnotizantes como el hip-hopero “Dance or Die”, para dar paso (sin pausa) a “Faster” y “Locked Inside”, ambos impecables y deliciosos cortes de rhythm & blues. De ese modo va transitando este The ArcAndroide, a lo largo de dieciocho cortes y casi una hora de duración. Sus posibles excesos no son tales y lo que podría parecer bombástico y elefantiásico resulta más bien generoso y lleno de riqueza. Lo vemos en los tres siguientes tracks: la tranquila balada “Sir Greendown” que sirve como calmo puente a “Cold War” y su sonido a rock cósmico (¿o soul progresivo?) y deriva finalmente en la indescriptible e hiperquinética “Tightrop”. Las experimentaciones siguen en “Neon Gumbo”, con la cinta de grabación tocada al revés, al más puro estilo de los Beatles en 1967-1968, o en visitas a la psicodelia ácida (“Mushrooms & Roses”), al dream pop madrigalista (“57821”) y al delicioso indie-funk (“Make the Bus”, con el acompañamiento de la agrupación canadiense Of Montreal).
Como intérprete, Janelle Monáe demostró en The ArchAndroid la versatilidad de su gama vocal al hacernos recordar a intérpretes supremas como Shirley Bassey (en la suntuosa y espectacular “BaBopByeYa”, con timbales, metales y cuerdas incluidos), Dionne Warwick (en la cadenciosa “Say You’ll Go”, con final a la Debussy incluido), Kate Bush (en la curiosa “Wondaland”), Karen Carpenter y Lauryn Hill (en la hermosamente folky “Oh, Maker”), Shingai Shoniwa de Noisettes y Kate Pierson de B-52’s (en la enloquecida “Come Alive: The War of the Roses”) y hasta a Beyoncé (en “Dance or Die”) o Alicia Keys (en “Neon Valley Street”).
Todo lo antes escrito acerca de los inconmensurables (y juro que no exagero) talentos de la excepcional artista ha quedado de nueva cuenta confirmado y reconfirmado con la reciente aparición del tercer opus de la serie, el grandioso The Electric Lady (Wondaland Arts Society), con el cual prosigue la efervescente obra de esta joven estadounidense bendecida por la genialidad. Se trata de las suites IV y V y en ellas crea y recrea sus ideas e influencias de manera fastuosa, intensa, apasionada, pero sin la menor solemnidad. Todo lo contrario: en diversos pasajes se hace sentir con fortuna su desparpajado sentido del humor (de hecho, cabe preguntar si el título The Electric Lady no es un irónico homenaje al legendario Electric Ladyland que Jimi Hendrix grabó en 1967, hace ya casi medio siglo).
Con la no tan pequeña ayuda de amigos y colegas (colaboran, entre otros, Prince, Erykah Badu, Solange y Esperanza Spalding), en los diecinueve cortes que contiene el disco se pueden escuchar las huellas de Stevie Wonder (“Ghetto Woman”), Lauryn Hill (“Victory”), En Vogue (“Q.U.E.E.N”), los Jackson 5 (“It's Code”) y varios más. Cabe destacar asimismo las composiciones en las cuales es la propia Janelle quien luce sus esplendorosas dotes. Ahí están maravillas tan elaboradas e impactantes como “We Were Rock & Roll”, “Dorothy Dandridge Eyes”, “Givin’ ‘Em What They Love”, “What an Experience” y esa irresistible e híper bailable pieza que es “Dance Apocalyptic”.
Monáe se mueve con naturalidad de un estilo a otro y su voz se adapta a ello de manera sorprendente. Rock, soul, pop, funk, jazz, hip-hop: todo se encuentra presente en este trabajo excepcional cuya probable continuación (¿con las suites VI y VII?) deberá aparecer en 2016, si es que mantiene el ritmo de un disco cada tres años. Tal vez, aunque con una creadora tan impredecible nada se puede asegurar.
Por lo pronto, las cinco suites que hasta ahora han dado forma a Metropolis se suman a discos como New Amerykah (2010) de Erykah Badu, The World Has Made Me the Man of My Dreams (2007) de Me’Shell Ndegéocello o el ya clásico Stankonia (2000) de Outkast, toda una revolución sideral negra que hunde sus raíces en el jazz inenarrable de Sun Ra y el funk enloquecido de Funkadelic.
Janelle Monáe es una mujer genial, en el más estricto sentido del término. Por eso no resulta descabellado pensar que esta joven, nacida oficialmente en la ciudad de Kansas en 1985, sea una viajera del tiempo y provenga en realidad del futuro. Con ella, cualquier cosa es creíble.
(Publicado el pasado domingo 27 de octubre en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)
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