Es verdad que la escena final del capítulo final de la temporada final (es decir, el final final) de Breaking Bad puede ser cuestionada por inverosímil (no la contaré para no echarla a perder a quienes no la hayan visto aún). Sin embargo, creo que para la mayoría de quienes presenciamos capítulo a capítulo las cinco temporadas de la serie, dicha escena nos resultó igualmente emocionante y nos la creímos por el solo gusto de creérnosla. Yo sí lancé una exclamación de sorpresa, a decir verdad.
Pienso que a fin de cuentas lo que hay que juzgar es la totalidad de esta emisión que a lo largo de cinco años nos tuvo con el Jesús en la boca, de su perfecta factura, sus impecables guiones, sus asombrosas caracterizaciones, el estupendo y entrañable elenco, la producción, la dirección. Vince Gilligan realizó una obra maestra de la televisión. No sé si sea la mejor serie de todos los tiempos (yo lo pondría en duda), pero sí es una de las más brillantes y efectivas. La pareja de Walter White (Bryan Cranston) y Jesse Pinkman (Aaron Paul) ya forma parte de la historia de la TV y difícilmente podrá ser superada.
Quizás uno de los grandes méritos de Breaking Bad sea su amoralidad, es decir, el hecho de no adoptar posturas falsamente éticas y no tratar de dar mensajes o lecciones para determinar lo que es bueno y lo que es malo. Porque así no es la realidad en la vida, porque en el mundo real todo es relativo, todo está lleno de matices y nadie puede determinar como una verdad absoluta lo que está bien y lo que está mal. Gilligan jamás pretendió manipular al espectador y presentó a personajes llenos de contradicciones, de psicologías complicadísimas, con motivaciones de todo tipo, con ambiciones, anhelos y culpas, tan responsables como irresponsables. Cero maniqueísmo. Por eso no podíamos aplaudir lo que hacían White y Pinkman, pero tampoco lo podíamos condenar, como no podíamos apoyar o rechazar los métodos policiacos de Hank Schrader (Dean Norris), ya que obedecían a una lógica, la suya, la del agente de la DEA obsesionado con una sola idea: la de atrapar a ese fabricante de metanfetamina azul que había causado tantos destrozos de todo tipo.
En fin, una serie espléndida, asombrosa y fascinante en la que destaco a otro personaje que apareció en la tercera o cuarta temporada, ese joven rubio y en apariencia torpe y hasta bobalicón (Todd, interpretado por Jesse Plemons) que termina convertido en el más terrible de los demonios, un asesino a sangre fría (el capítulo en que asesina a mansalva al niño de la bicicleta es escalofriante) capaz de mostrar una admiración y un respeto irrestrictos por Walter White, su maestro y mentor, aunque no hubiera dudado en matarlo con sus propias manos.
Si no vieron Breaking Bad, no se la pierdan. Yo sé lo que les digo.
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