Terminé de leer esta enorme novela (enorme por sus dimensiones cuantitativas y por lo que significó como proyecto para su autor, el estadounidense John Steinbeck), a la que Mario Vargas Llosa, en su magnífico libro de ensayos literarios La verdad de las mentiras, caracterizó como apasionante y defectuosa (“Una novela pésimamente construida que, sin embargo, se lee con avidez”) y creo que el escritor peruano tenía razón.
Cuando Steinbeck emprendió la aventura de escribir Al este del Edén (o Al este del paraíso, como también se le conoce), su idea era la de realizar su novela cumbre, su obra maestra. Publicado en 1952, el magno relato pecó quizá de demasiado ambicioso y esto hizo que un escritor con tanto oficio como el californiano cometiera diversos errores narrativos (por ejemplo, los cambios arbitrarios de narrador que salta de la primera a la tercera persona sin aparente plan). Aun así, la historia que se cuenta (la de tres generaciones de las familias Hamilton y Trask, habitantes del Valle de Salinas, en California) es tan buena que el lector (o al menos yo como lector) se siente embebido por una trama que tiene mucho de melodramático y mucho de tremendista y mucho de maniqueo (lo que emparienta a la novela con los relatos folletinescos del siglo XIX), pero que lo atrapa desde la primera línea, para no soltarlo hasta el final, cerca de 600 páginas después.
Al este del Edén tiene muchas bases filosóficas y religiosas (la historia bíblica de Caín y Abel se da en la relación entre Adam y Charles y se repite en la de Aaron y Caleb). Sin embargo, no hay en absoluto un tono moralista, ni siquiera en la manera como Steinbeck retrata a la gran villana de la historia, Cathy Ames –mujer tan bella como fría, implacable y calculadora–, o a los dos personajes buenos y sabios del libro: el bonachón irlandés Samuel Hamilton y el enigmático criado chino Lee. En ese sentido, es Adam Trask el personaje más redondo y con mayores matices, el más humano por sus defectos y sus virtudes.
Una gran novela, a pesar de los pesares. Quizá no tan buena y concisa como la espléndida Las viñas de la ira o tan dulce como la conmovedora La perla (ambas también de John Steinbeck y que leí hace tiempo), pero con muchos méritos propios..., incluidos sus errores narrativos.
En cuanto a la película que en 1952 realizó Elia Kazan y que consagró a James Dean (en el papel de Caleb Trask) es otra obra de arte de la que escribiré en su momento (la he visto varias veces, pero requiero verla de nueva cuenta).
Grande, Steinbeck.
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