Mi ex mujer solía burlarse de mí cuando yo le decía que mi cariño por Milenio era tanto que traía bien puesta la camiseta de ese diario, en el que trabajé desde el 1 de enero del año 2000 y del que fui (re)cortado, mediante una simple llamada telefónica, el pasado 27 de agosto.
No fui el único despedido. Se habla de cerca de 200 empleados de planta que de golpe fueron echados del diario y de numerosas plumas que colaborábamos ahí semana a semana. Las formas ciertamente no fueron las mejores. Con frialdad eficientista, quienes hasta hace un mes trabajábamos con gusto para Milenio fuimos desechados de un plumazo. Las razones que se nos dieron tienen que ver con un “reajuste interno”, pero me inclino más a pensar que se trató de un acto a la defensiva de la empresa, por el temor a que le sea cortada la publicidad gubernamental a partir del próximo 1 de diciembre.
En lo tocante a los columnistas, los de mayor renombre no fueron tocados y permanecen aún en el diario. Duele que pese más la fama que otros aspectos. Por ejemplo, el columnista Agustín Gutiérrez Canet, quien publica los sábados al igual que hacía yo, sigue en el diario, a pesar de los muy pocos comentarios y “me gusta” que recibe y del poco tiempo que lleva como colaborador. A él no lo van a mover. Es pariente de la esposa del presidente electo y eso lo protege.
No fue Milenio, tampoco, el único medio que cortó a empleados y colaboradores. Lo hizo también Reforma y se dice que en El Universal y en otros pronto sucederá lo mismo.
El caso es que de un día para otro centenas de personas ligadas al periodismo nos quedamos en la inopia y con muy pocas posibilidades de conseguir trabajo en otros diarios que también se muestran asustados ante la llegada del nuevo gobierno.
¿Hay algún trasfondo político en todo esto? La próxima semana trataré de analizar ese punto.
(Mi columna "Cámara húngara" de hoy, ya no publicada en Milenio Diario)
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