lunes, 17 de septiembre de 2018

La historia de mi Emma Bovary

Emma en plenitud, antes de que la tiraran de su lugar.
La llevé a mi casa a fines de 2010, tomándola de una mesa en el hotel donde se celebró la cena de fin de año de Milenio (la única a la que me invitaron en 18 años). Por ese entonces, D era mi novia y vivía conmigo. Cometí el error de ponerla encima de mi precioso ajedrez de madera con figuras de plomo. Pocos días después, D la regó... y la regó. Es decir, regó la plantita con agua y la regó porque el agua se escurrió y echó a perder la mesa de ajedrez para siempre.
  Pero ella fue creciendo hasta alcanzar un tamaño y una belleza notables. D y yo terminamos nuestra relación de tres años en octubre de 2011, pero ella se quedó conmigo. La bauticé como Emma Bovary y la seguí cuidando. Un día la cambié de lugar y la puse encima del librero que estaba a la entrada del apartamento. Me hacía feliz verla tan fresca, verde y lozana. Era una enredadera hermosa. Pero entonces otra mujer, la señora de la limpieza, algo hizo (imagino que al limpiar el librero la tiró) y la rompió de su rama más frondosa. Nunca se recuperó del golpe. Emma no quiso crecer más y, por el contrario, se fue contrayendo y muriendo poco a poco. Fue una agonía de meses. Traté de recuperarla, pero no fue posible y finalmente se marchitó hasta morir, a principios de este año. Fue un idilio de más de siete años. Extraño a mi querida plantita, Emma Bovary.

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