En medio de la delirante vorágine con la que el nuevo gobierno ha envuelto a México desde el día entró en funciones; en medio del vértigo con que el presidente López Obrador y los suyos han cometido un yerro tras otro, en sus prisas por concentrar la mayor cantidad de poder en el menor tiempo posible; en medio de locuras como el reciente cierre de los ductos de gasolina y el consiguiente desabasto de combustible en buena parte del país, con el pretexto de una confusa lucha contra el huachicoleo (en la que no hay resultados acreditados, como tampoco detenidos o acusados) y mientras la Cámara de Diputados aprueba la creación de una poderosa Guardia Nacional con dejos de Guardia Bolivariana, en medio de todo eso y más (lo más reciente: la extraña muerte de uno de los dueños de Soriana que oficialmente habría sido un suicidio), la tragedia de este viernes en Tlalhuelilpan, Hidalgo, es como la amarga cereza que corona un pastel pésimamente cocinado.
No hablaré por el momento del terrible siniestro que costó la vida de cerca de un centenar de personas y quemaduras en otras tantas, porque es necesario tener un poco más de perspectiva temporal para tratar de comprender el fondo de lo que provocó el incidente, aunque este mismo inevitablemente se ha politizado y está sirviendo para que los dos bandos políticos en que se encuentra dividido el país se culpen mutuamente por lo acontecido.
Han sucedido tal cantidad de incidentes en escasos 50 días que resulta complicado procesarlos y tratar de darles coherencia. Nadie sabe hacia dónde se dirige México y el discurso cotidiano del presidente, en sus largas y tediosas conferencias matutinas, no hace sino aumentar la certeza de que el actual no es un gobierno de ideas sino de ocurrencias y que el equipo que hoy se encarga de llevar las riendas (es un decir) de la república está conformado por gente incapaz y pusilánime (aunque tremendamente arrogante) que sólo está ahí para obedecer a su jefe sin chistar.
Abundan las anécdotas que en otras circunstancias serían cómicas y que muestran a un gabinete mediocre y hasta ridículo, falto de iniciativa y pasmado ante la gigantesca responsabilidad que representa gobernar a un país con las dimensiones del nuestro. Todo indica que dicha responsabilidad les ha quedado demasiado grande.
México parece un barco al garete que hace agua por todas partes. Si el sexenio anterior terminó mal, este ha empezado peor aún y no hay señales de que las cosas vayan a cambiar en el corto plazo, como tampoco en el mediano o en el largo.
¿Qué es lo que sostiene la situación? El bono que representan los 30 millones de votos que ganó AMLO el 6 de julio pasado. Las encuestas todavía lo favorecen. Pero el tiempo mina y el desgaste podría darse mucho más rápido de lo que muchos hubieran anticipado. Empieza a haber desencanto en varios sectores de la población. El gobierno tendría que ser muy hábil e inteligente para revertir las cosas. Sin embargo, habilidad e inteligencia son dos cualidades de las que cada día muestra una mayor carencia.
La estupidez es la constante, también la falta de oficio y, sí, apenas han transcurrido 50 días.
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