Decir “la cagué” es una de las cosas más difíciles que hay. Casi tanto como decir “me hicieron pendejo”.
Mi padre me enseñó a cuidar lo que digo puesto que yo soy dueño de mis palabras mientras sigan en mi cabeza; una vez fuera de mi boca son mis palabras las que son dueñas de mi.
Lo mismo pasa con las decisiones, las acciones, las convicciones. Uno se cree su dueño, pero son ellas las que se adueñan de uno.
Los economistas tienen un concepto increíble que me ha ayudado a entender éste fenómeno: el costo hundido.
Éste es el costo que ya se pagó y no se puede recuperar en el futuro: el tiempo, el dinero u otros recursos que se gastaron en un proyecto, inversión o actividad.
El costo hundido aplica no sólo para aeropuertos que ya no se van a construir o para refinerías que no van a servir de nada cuando se terminen.
Es algo que a todos nos pasa:
Cuando le hemos metido tanto dinero a un coche viejo que nos cuesta trabajo aceptar que nunca va a quedar bien y hay que venderlo.
Cuando llevamos tiempo en una relación tóxica y nos cuesta aceptar que la otra persona no va a cambiar y es mejor dejarla.
Cuando nos involucramos tanto con una idea o una postura que nos cuesta admitir que nos equivocamos.
Así, como cuando uno cree que un rayo de esperanza tiene la llave para acabar con la corrupción y la desigualdad, para transformar la nuestra en una patria mas generosa, mas prospera, mas justa. Cuando creemos que juntos haremos historia.
Por eso es tan complicado que los que votaron convencidos del cambio verdadero critiquen las decisiones del nuevo gobierno como lo habrían hecho de ser Anaya o Meade el Presidente, como lo hicieron cuando lo fue Peña o Calderon o Fox o Zedillo o Salinas.
De ahí las maromas.
Si algún otro gobierno hubiera rescatado a los tenedores de bonos del aeropuerto, ya estarían diciendo que es otro FOBAPROA.
Si algún otro gobierno hubiera dispuesto la construcción de un tren que destruyera la selva Lacandona, ya estarían denunciando el ecocidio.
Si algún otro gobierno hubiera convocado a la formación de una Guarda Nacional que militarice la función policiaca, ya estarían acusando la represión y la violación de derechos humanos.
Si algún otro gobierno hubiera cerrado los oleoductos y provocado la escasez de gasolina, ya estarían quemando estaciones de servicio.
Si algún otro gobierno hubiera …
Pero nada de esto pasa.
Es como en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, los comunistas del mundo vilipendiaban al nazismo como el enemigo del pueblo a vencer. Luego vino el Pacto Ribbentrop-Molotov y las maromas para justificarlo, diciendo que Stalin era un genio por dividirse Polonia con Hitler … hasta que vino la traición de Alemania a la Unión Soviética y, otra vez, los nazis eran el coco y los Aliados los salvadores del proletariado … hasta que inició la Guerra Fría y los capitalistas eran, otra vez, la escoria de la tierra.
Así ahora.
Morena puede pactar con el Verde (el Verde, chingao) para obtener mayoría absoluta en el Congreso, puede darle licencia a Velasco para que sea Gobernador con licencia, Senador con licencia, y Gobernador sustituto; puede avasallar a la oposición y cambiar las leyes que le estorben sobre los votos de un grupo de levantadedos que harían sonrojar a los Priistas de antaño. Carajo, puede cobijar en su manto redentor a los Priístas de antaño.
Nadie dice nada. Nadie ve nada malo.
El presidente puede no ir al funeral de los Moreno Valle para que no le chiflen y sus súbditos le aplauden su entereza de Jefe de Estado.
Se puede hacer una ley especial para que Taibo dirija el Fondo de Cultura Económica y nos la metan doblada y nada.
Puede haber despidos masivos de doctores en el IMSS y el ISSTE, puede cancelarse el seguro popular, puede darse más dinero a los ninis que a los doctores y todo es felicidad en la República Amorosa.
Se pone peor.
Ahora el EZLN, bandera de los progres profesionales desde hace 25 años ya no son los impolutos estandartes de los derechos indigenas sino una cortina de humo inventada por Carlos Salinas. ¡Carlos Salinas! ¡Puta madre! Si a alguien le hizo daño el EZLN fue a Carlos Salinas.
Y Maduro… ¿Qué decir de Maduro?
Maduro es un dictador, represor, que ha encarcelado a sus adversarios politicos y hundido a su pueblo en la miseria. En su más reciente reelección ni falta hizo que hiciera trampa. Igual la hizo.
Casi todos los países de America Latina condenaron las elecciones en Venezuela.
¿La respuesta de México? La no intervención. ¿La respuesta de los maromeros? El aplauso estridente.
Es más fácil aplaudir los sinsentidos de la Cuarta Restauración que admitir que el Emperador va desnudo por la calle o, peor, que uno mismo es el que va desnudo, que lo sabe, pero que ni modo de admitir que los sastres lo hicieron pendejo.
Mejor es hacer de tripas corazón y convencerse a sí mismo de que no, de que todo está bien, de que los que apuntamos el dedo flamígero de la crítica somos malos mexicanos que queremos que al país le vaya mal para poder regodearnos diciendo "Te lo dije".
No podría decir con certeza cuántos de los 30 millones que votaron por Morena están en ésta situación. Imagino que bastantes y lo lamento profundamente.
Extraño a mis amigos críticos, a esos con los que tuve y sostuve largas discusiones sobre lo que nuestro gobierno estaba haciendo mal y lo que hacía falta para enmendar el rumbo.
Extraño, más aún, ese país en el que crecí durante los últimos veinte años: un país plural, democrático, con algunas instituciones fuertes y sólidas y otras en proceso de serlo; un país donde lo importante siempre fue ver la luna y como alcanzarla y no el dedo de quien apuntaba hacia ella.
Extraño a México y espero que cuando el circo baje la carpa y los acróbatas intelectuales dejen de hacer maromas para justificar aquello que antes condenaba no sea muy tarde ya para recuperarlo.
(Texto tomado del blog El prietito en el arroz de Alberto Mansur)
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